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Revista
Acta Académica


Universidad Autónoma de Centro América 

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Capítulo I
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Capítulo III

Una crónica de la cristiandad[*]

Parte I: LA IGLESIA TRIUNFANTE

Del Edicto de Milán al Cisma de Occidente

(Del Edicto de Milán a Gregorio Magno)

Alberto Di Mare

Do we ever understand what we think? We only understand that kind of thinking which is a mere equation, from which nothing comes out but what we have put in. That is the working of the intellect. But besides that there is a thinking in primordial images, in symbols which are older than the historical man, which are inborn in him from the earliest times, and, eternally living, outlasting all generations, still make up the groundwork of the human psyche. It is only possible to live the fullest life when we are in harmony with these symbols; wisdom is a return to them. It is a question neither of belief nor of knowledge, but of the agreement of our thinking with the primordial images of the unconscious. They are the unthinkable matrices of all our thoughts, no matter what our conscious mind may cogitate. One of these primordial thoughts is the idea of life after death. Science and these primordial images are incommensurables. They are irrational data, a priori conditions of the imagination which are simply there, and whose purpose and justification science can only investigate a posteriori... (cfr., Jung, p. 21).

Introducción [<>] [\/] [/\]

"El Estado abrazó el Cristianismo con el afán de renovar su fuerza mediante una dinámica religión estatal. Pero en realidad cambió un ritual público, que no podía hacer daño alguno pues estaba muerto, por una filosofía religiosa que no admitía definiciones sencillas, porque estaba viva, y era por ello un riesgo para la institucionalidad administrativa en que se encontraba: El Cristianismo, por su propia naturaleza, termina siempre dañando a sus patrones seculares" (Johnson, p. 52)

      En los ocho siglos que abarcaremos en la primera y segunda parte de este capítulo la cristiandad pasó de superstición perseguida, a religión tolerada (Edicto de Milán), para convertirse en Iglesia Oficial del Imperio y a la postre sustituirlo, convirtiéndose, al menos en teoría, en teocracia.

      Este cambio de fortuna de la religión cristiana no fue fortuito, sino el resultado de la política imperial que, claramente desde Diocleciano, buscaba instituir una religión oficial, más aún, fundar una Iglesia-Estado, de la que fuera cabeza el emperador, instaurar el césaro-papismo.

      Logrado este propósito imperial, la religión cristiana crecerá y se desarrollará pujante, durante los siglos IV al IX, en la región oriental, en Bizancio, en tanto que la cristiandad Occidental, pasará penurias. A la postre, con todo será la Cristiandad Occidental la supérstite y la religión cristiana por eso se confundirá con el geist de Europa, de Occidente, a punto tal que los cristianos occidentales no comprendemos las raíces asiáticas de nuestro culto, por haber perdido contacto con el desarrollo histórico de nuestra fe.

      La cristiandad occidental, la Iglesia de Roma, se independizará más y más del Imperio y de la Iglesia Oriental (ésta continuará supeditada al Estado, como iglesia oficial, hasta el fin del Imperio de Oriente): Primero se sacudirá el yugo imperial, negándose el Papa a pagar tributo al emperador, para luego pedir auxilio a los reyes francos, separándose políticamente de Oriente, y -finalmente- apartándose en lo religioso de la iglesia patriarcal oriental, en el 1054, cisma que perdura hasta nuestros días.

      La Iglesia romana dará así origen a una cristiandad europea, integrada por los pueblos septentrionales de Europa y del Norte del Mediterráneo: la cristiandad latina deja de ser una religión asiática, para convertirse en una religión continental y de Inglaterra e Irlanda, la matriz de Europa, con un obispado centralista, e independiente de las autoridades bizantinas, con pretensiones de hegemonía sobre el poder político.

      No es -a pesar de lo glorioso de estos trazos- un lapso de santidad, ni de libertad religiosa, sino uno de cesaro-papismo, pornocracia y simonía, lacras tan profundas que podrán cauterizarse sólo con el desgarrón de la Reforma y sus ideales de retorno a la libertad y espiritualidad cristianas originales.

      Este período, a paesar de su semejanza con el cautiverio asirio del pueblo de Israel, es una época de evangelización de todo el Occidente: Inglaterra e Irlanda, España, Francia, Alemania, Polonia, Hungría, Europa Central, Rusia, Persia, son ganadas a la fe de Cristo. Pero tampoco aquí es de sólo luces el panorama, porque -desde inicios del siglo VII- el Islam se apoderará de los pueblos del Sur del Mediterráneo y los llevará al monoteísmo estricto, que es su presea, sin que jamás pueda la cristiandad volver a ser dueña de los corazones donde tuvo su cuna, en su primera hora, y que hasta hoy permanecen en la fe musulmana.

PRIMERA PARTE

La iglesia triunfante:
Del Edicto de Milán a Gregorio Magno

De religión tolerada a religión oficial [<>] [\/] [/\]

La Cristiandad estaba cambiando, para conformarse con la opinión pública. En el siglo segundo la Iglesia había adquirido los elementos de organización eclesiástica; en el tercero creó una estructura intelectual y filosófica; y en el cuarto,especialmente en la última mitad del siglo, levantó una personalidad pública impresionante y dramática: comenzó a pensar y a actuar como una Iglesia estatal. Esta política tomó forma -casi conscient emente- por la necesidad de superar al paganismo, después del fracaso del intento de revivirlo, llevado a cabo por Julián, durante el pontificado de Dámaso, Obispo de Roma, 366-84. Su propósito parece haber sido muy específico: presentar la Cristiandad como la verdadera y antigua religión del Imperio, y a Roma como su ciudadela. (Johnson, p. 99).

      Al finalizar el siglo cuarto, de hecho, la Iglesia no sólo se había convertido en la religión predominante del Imperio Romano, con una tendencia a ser considerada la religión oficial, en verdad, la única oficial, sino que había también adquirido muchas de las características externas apropiadas para su nuevo status: rango y privilegios oficiales, integración con la jerarquía social y económica, un ceremonial espléndido y elaborado, con el propósito de atraer las masas y enfatizar la separación de la casta sacerdotal. Finalmente lo había logrado. Estaba bien lanzada en su carácter ecuménico: había correspondido al gesto de Constantino y encontrado al Imperio a medio camino: el Imperio se había vuelto cristiano; el Cristianismo se había vuelto imperial. (Johnson, p. 103).

Las persecuciones [<>] [\/] [/\]

      La tolerancia religiosa que establecería el Edicto de Milán del año 313 acabaría con la discriminación contra las supersticiones (recuérdese que para la ley romana el cristianismo era una superstición). Este Edicto plantea varias cuestiones, imposibles de resolver por la carencia de datos: ¿por qué no toleraba el Imperio la religión cristiana, y sí toleraba los demás cultos?, ¿por qué algunos emperadores (Calígula, Nerón, Decio, Domiciano, Diocleciano) consideraron oportuno perseguir a la religión cristiana? ¿Por qué esta antipatía hacia el cristianismo comienza tan tarde (en el siglo II, cuando -según Tertulian o- los cristianos eran ya tantos como para destruir el Estado romano, si se hubieran decidido)?

      Los cristianos fueron, a partir del siglo I, chivos expiatorios cuando desgracias generales herían a la sociedad romana, quizás por su impiedad, pues se negaban a sacrificar a los dioses; recuérdese que para los romanos la religión oficial era una fórmula propiciatoria para lograr superar las calamidades naturales, y que la colectividad cristiana, al ponerse al margen de la piedad oficial, se mostraba como una secta corrompida que impedía la protección divina. Además de esto eran incomprendidos y sus ceremonias y costumbres a menudo mal interpretadas: por la eucaristía eran acusados de canibalismo, y por la caridad fraterna (amarse los unos a los otros y llamarse hermanos) de promiscuidad. Pero todas estas suposiciones no parecen suficient es para explicar los estallidos de furia que, aunque esporádicos, turbaron a menudo la tolerancia que concedió usualmente Roma al culto cristiano; quizás la respuesta se halle en que, por obra de Orígenes, el cristianismo pasó de mera superstición, a filosofía, cuyos principios habrían sido contrarios al autocratismo teocrático que comenzaba a manifestarse en el Estado romano: fuere cual fuere el origen del anticristianismo, pronto perdió ímpetu, pues a partir del 250 comienza una fuerte opinión pública contraria a la persecución: el cristianismo se había difundido entre grandes estratos de población que se adhirieron a él, o al menos le brindaron su simpatía, por los sentimientos de solidaridad que despertaban sus obras de caridad, así como por el papel más activo, casi predominante, de las mujeres en las comunidades cristianas. Dos actitudes aparentemente aceptadas por la mayoría de la población, y que no hallaban tan fuerte expresión en las otras religiones

La reforma diocleciana [<>] [\/] [/\]

      El reinado de Diocleciano (285-305) representa la culminación de un movimiento hacia el totalitarismo (civil, militar, económico, político y religioso) del Estado romano. Dados sus orígenes castrenses, la reorganización del Estado que Dioclecia no impone es de carácter jerárquico, principalmente basada en las necesidades del ejército, y de pretensiones totalitarias: tanto en lo económico, en que impone una economía de comando, con rígidos controles de precios y salarios, como en lo político, donde el emperador será supremo, electo por el mismo dios, como rezan sus monedas: dominus et deus, en lo cultural o civil también imperará el monolito oficial, por medio de los prefectos imperiales ejercerá poderes supremos, tanto militares como judiciales; en la cúspide el emperador, un autócrata con título de señor (dominus), en lugar del de el primero (princeps), de sus antecesor es: con Dioclecia no termina la época del principado y comienza la de los dominates.

      Diocleciano reorganizó audazmente el Estado, estableciendo una teocracia que restituyera la grandeza de Roma: miraba al pasado y por ello eligió instituciones propias de la tradición romana: con él finaliza Roma (ya que el futuro será de Bizancio); estableció una religión si no oficial sí oficiosa, seguida por el ejército, el mitraísmo, que algunos han visto como el gran competidor del cristianismo, sobre el que habría prevalecido, a no ser por la falta del apoyo oficial, a partir del Edicto de Milán. El mitraísmo fue una religión exclusivamente masculina, sin jerarquía s y seguida casi exclusivamente por los militares; en su moralidad fue muy cercana al cristianismo, pero su inspiración primordial era el culto de la lealtad al emperador: en el 307 Diocleciano dedica un altar a Mitra en Carnuntum (població n militar en el Danubio, en las cercanías de la actual Viena), donde exalta a Mitra como patrón del Imperio: fautor i imperii sui.

      Diocleciano llevó a cabo una de las últimas persecuciones contra los cristianos, a los que miraba como elementos disociadores de su gran esquema teocrático: una patria, un gobierno, una religión.

      A pesar de su concepció n totalitaria, el esquema dioclecianeo no tuvo fortuna, sino que fue superado por otro, de iguales propósitos pero que miraba hacia el futuro y no a resucitar las glorias pasadas de Roma: el de Constantino el Grande, quien reorganizó el Imperio con un sentido militar y económico más realista; abandonó Italia y Roma, y fundó en Bizancio una "nueva Roma" la ciudad de Constantino, Constantinopla, que gracias a su posición estratégica y comercial, floreció durante todo el lapso que consideraremos en este capítulo, como centro indiscutido de la cultura, del poder, la religión y la política. Como religión del nuevo Estado eligió la religión cristiana, a la que se convirtió, con lo que pasó a ser la religión oficiosa, aunque no la oficial, en su reinado.

EL EDICTO DE MILAN:
La Iglesia en tiempos de Constantino
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      En el 313 Constantino y el coemperador Licino, establecen la libertad religiosa en el Imperio, por el edicto de Milán, con él cesa la discriminación y la persecución contra los cristianos, y se les devuelven a las iglesias las propiedades confiscadas, otorgándole además exenciones y privilegios fiscales a la clerecía y dando validez oficial a las decisiones de los tribunales eclesiást icos. La razón de este cambio de actitud no es, como pareciera, ni un florecimiento de la libertad de conciencia, ni una conversión a la verdadera doctrina, como la piedad tradicional a menudo ha querido creer, pues no hay fundamentos para considerar que Constantino fuese realmente cristiano y hasta se duda de que hubiera sido bautizado en su lecho de muerte. Tampoco parece que la mentalidad oficial estuviese orientada al pluralismo, todo lo contrario, el desarrollo político del Imperio llevaba, rápida e inexorablemente, al totalitarismo.

      En la edad constantiniana la causa próxima quizás fuera la difusión misma de la religión cristiana, sobre todo entre las milicias, lo que hacía imposible una política de mano dura, por parte del ejército, contra sus correligionarios. La misma expansión de la fe cristiana entre la pobretería hizo mudar los prejuicios anticristianos, que fueron bastante fuertes del 150 al 250, suplantados por una opinión pública probablemente favorable a la nueva religión. Esta nueva imagen del cristianismo hizo que las persecuciones no tuvieran un apoyo de opinión pública en tiempos de Constantino.

      La mejor imagen del cristianismo parece haberse debido a sus obras de caridad, sobre todo en los centros urbanos, donde dieron protección de los enfermos, las viudas, los niños, los ancianos y los muertos, todos desamparados en la sociedad romana; estas obras de caridad estuvieron preponderantemente en manos de mujeres, por lo que la mujer cristiana alcanzó independencia, libertad y status mucho mayores que en las demás religiones del Imperio: fue así común la difusión de la fe cristiana primordialmente por obra de ellas, quienes paulatinamente convirtieron a la fe a sus hijos y esposos.

      Por otra parte, el avance de la concepción totalitaria del Estado hizo cada vez más atractivo el imponer una religión oficial, en respaldo de la autoridad total del Imperio. Entre las religiones de la época la cristiana, cuando hubo alcanzado la organización del obispado monárquico, era la más apta para convertirse en religión del Estado, por ser la que más asemejaba la organización imperial, con sus obispos, tan similares a los gobernadores imperiales, su universalidad, su unidad doctrinal, su gobierno burocrático (clerecía), sus creencias y procedimientos reglados (cánones y dogmática). Esto no debe llevarnos a creer que los cristianos de la época tuvieran una fe uniforme, coherente y depurada, pues todo parece indicar lo contrario, que la vida de la fe era producto de un sincretismo religioso, profesando creencias diferentes, sin percatarse de la contradicción entre ellas.

      Desde el siglo I a.C. aparece en el mundo helenístico un sincretismo religioso, mediante religiones de misterios: "las innovaciones típicas de las religiones helenísticas estaban orientadas hacia la salvación individual... Esas divinidades eran más cercanas a los hombres; tenían interés en su progreso espiritual y aseguraban su salvación... El sincretismo greco-oriental que caracteriza a las nuevas religiones de misterios, ilustra al mismo tiempo el poderoso vuelco espiritual hacia el Oriente conquistado por Alejandro " (Eliade, p. 208). Estas religiones de misterios, y la cristiana será una de ellas, se caracterizaron por prometer la salvación, que es la motivación religiosa del mundo clásico, por lo menos a partir de Alejandro Magno.

      Si la liturgia religiosa fuera un buen reflejo de las creencias, encontrar íamos que la Iglesia cristiana aceptó, en un sincretis mo religioso (complexio oppositorum), creencias de todas las religiones de misterios: del mitraísmo, del culto a Atis, a Isis, a Cibeles, y a quien sabe cuántos más, supérstites hasta nuestra época en las fechas de nuestra liturgia, en las celebraciones mismas y en tantos detalles de nuestro folclor religioso, que ponen en evidencia la asimilación de muchas corrientes religiosas diversas: este complejo de cosas opuestas no dañó la elaboración de una dogmática propia, que asimilarí a todo ello al mensaje cristano primitivo, mediante un ejercicio teológico y de disciplina religiosa que se llevaría a cabo hasta inicios del siglo V, produciendo un monolito intelectual admirable, en el que se permitió tanta divergencia cuanta fuera compatible con una férrea unidad.

      Al mismo tiempo que la Iglesia se centralizaba, lo hacía el Imperio, el cual, para lograrlo, necesitaba de una cosmovisión unitaria, que la religión pagana, con su multiplicidad de concepciones, no podía ofrecer. Constantino pronto se percató de la superioridad política, para fines del Estado, de una Iglesia monolítica, donde el imperio de la unidad lo fuera todo, y que facilmente pudiera ser dirigida por la autoridad pública. Por ello le brindó extraordinarios privilegios a la Iglesia, que de hecho pasó a ser religión oficial con el emperador como sumo pontífice de ella (cabe señalar que los siete concilios ecuménicos de la antigüedad fueron convocados por el emperador romano de Oriente: Constantino presidió el Concilio de Nicea (325), y fue él, todavía catecúmeno, quien definió la naturaleza divina de Cristo, según la fórmula que él mismo presentó e impuso a los padres conciliares: el homoousios, el Hijo consubstancial con el Padre, desde entonces piedra clave de la teología cristiana).

      Acabó así la Iglesia perdiendo mucho de la libertad del mensaje paulino, pero a cambio pudo ser religión oficial, con capacidad para absorber y suplantar al Imperio.

      La tolerancia religiosa, que proclamó el edicto de Milán, no es efectiva, pues las tendencias teocráticas prevalecieron, la nueva política no fue de tolerancia religiosa, sino de oficialización de la Iglesia; tan así que el mismo Constantino se adhirió a la fe cristiana y que ésta gozó de grandes favores tanto imperiales como de los fieles; desde entonces comenzó a ser costumbre dejar legados a las iglesias, que así fueron acumulando un patrimonio considerable, dedicado en su mayor parte a la asistencia social, inexistente en la sociedad romana.

      Algunos han visto en este enriquecimiento eclesiástico, que hizo necesaria la aparición de una burocracia (la clerecía), el comienzo de la "prostitución" de la Iglesia, es decir de la pérdida de la libertad paulina y el inicio del predominio de lo que hoy llamaríam os los aparatchiki y el consiguiente nacimient o de una nomenklatura: la cristiandad, en la edad de Constantino, con su "Obispo monarca" y sus ligámenes ecuménicos, era la única religión capaz de llevar a cabo, dignamente, el proyecto teocrático imperial, y así el resultado del Edicto de toleranci areligiosa terminó, paradójicamente, fundando una religión exclusiva y prohibiendo todos los cultos no cristianos... con el emperador como árbitro supremo de lo que era y lo que no era cristianismo. La teocracia césaro-papista.

      Del 313 al 380 (época en que Teodosio era el emperador) ya hubo más de un centenar de estatutos en respaldo de la Iglesia y en persecución de los disidentes, "para evitar el desorden y garantizar el orden público", llegándose hasta a la prohibición de discutir la fe cristiana.

      La Iglesia por su parte se adaptó casi de inmediato a su nuevo papel y de comunidad de fieles para alabar al Señor, se transformó en institución garante de certidumbres, tal como es propio del derecho estatal, aceptando, implicitamente al menos, como su objetivo principal el dar certidumbre a las cuestiones religiosas, así como el Estado lo hace con las sociales: La incertidumbre del estado de gracia fue superada mediante la certidumbre del perdón de los pecados (sacramento de la penitencia); la de la pérdida de los carismas por razón de indignidad personal, por la permanencia de las órdenes sagradas. La Iglesia adoptó cada vez más las formalidades imperiales, y el "derecho canónico" comenzó a tomar preeminencia sobre la espiritualidad religiosa. Cada vez se asemejó más a un departamento y a una burocracia del Imperio, en lugar de una comunidad como las iniciales de Pablo. Al mismo tiempo la Iglesia cristiana imprimió una uniformidad imperial, es decir afín a las necesidades del Imperio, a las comunidades de creyentes: una fe única, una misma cultura, un único idioma.

      El Imperio no dejó de notar, con espontánea simpatía, estas afinidades y en el 341 le dió todo el respaldo a la nueva religión, declarándola única y "erradicando los errores del paganismo", para -en el 396- eliminar todos los privilegios a las iglesias paganas y confiscarles sus propiedades.

      Para entonces la Iglesia cristiana había logrado reinar incontestada, colmando su ambición de alcanzar plena libertad, pero cayendo en la paradoja -al lograr su afán- de convertirse en esclava del César.

      Una vez que el Imperio tuvo una religión, se produjo el fenómeno de que ésta penetró en la cultura profana, la que, al cristianizarse, hubo también de popularizarse, de "rebajarse", por ser el cristianismo una cosmovisión propia de los estratos populares, una subcultura, una concepción proletaria: la vida cultural de las capas instruidas de la sociedad romana difería notablemente de las supersticiones populares, pero una vez que imperó el cristianismo, la vida intelectual y la cosmovisión de las clases proletarias y la de los estratos superiores, fue la misma. Esto fue, quizás, un adelanto social, al hacer homogénea la nueva cultura, pero a un alto precio, a saber, la pérdida de los criterios intelectuales rigurosos; las mentes y los razonamientos superiores se tiñeron de las supersticiones propias de los estratos proletarios; el raciocinio intelectual perdió precisión, aunque ganara en imaginación: del rigor intelectual se pasó a la credulidad.

      Esta homogeneidad intelectual fue bastante profunda, aunque no total, entre las clases sociales, sí, pero no entre las distintas regiones del Imperio: Africa tuvo una concepción del cristianismo diferente a la de Occidente y en éste hubo graves divergencias internas y con Oriente. Los cismas y las herejías fueron numerosos en estos setecientos años, como lo pone de manifiesto la facilidad con que pueblos de profunda raíz cristiana, abandonaron su fe ante el embate del Islam, sin retorno. La capacidad de conversión del Islam se debió a que el "cristianismo oficial" no correspondía con el cristianismo popular, en especial en lo que hace a la concepción de la persona de Cristo (Dios-hombre) y a la de Dios, como Trinidad: la fe popular, como lo pondrá de manifiesto el Islam, era más drásticamente monoteísta y Africa se volcará por ello a la nueva nueva que afirma la unicidad de Dios y la humanidad de Cristo.

Diversas Escuelas Teológicas Cristianas [<>] [\/] [/\]

      Dos escuelas teológicas principales, aunque quizás sería mejor decir centros de investigación teológica, aparecieron desde el siglo II: la Escuela de Alejandría, donde destacan Clemente y Orígenes, en la que predominó la interpretación alegórica de los textos sagrados, un acercamiento a la cultura y la filosofía griegas y, en la cristología, un énfasis sobre la divinidad de Cristo; y la Escuela de Antioquía que propugnó una interpretación literal de los textos sagrados e hizo énfasis, en su cristología, en la humanidad de Cristo. Esto dos planteamientos matizarán la fe cristiana hasta nuestros días.

      A finales del siglo III nació el monasticismo, que tendrá profunda influencia posterior en el desarrollo del pensamiento y la religiosidad cristianas: el movimiento anacoreta es fundado por Antonio (250-355) y por Pacomio (290-346) las comunidad es conventuales; la regla de Pacomio será trasmitida al mundo romano por Jerónimo, quien la traducirá al latín y que fundará una congregación conventual en Belén.

      El cristianismo originó un florecimiento literario importante en los siglos IV y V, probablemente debido a la difusión del monasticismo, o más bien al hecho de que la Iglesia es parte principal del Estado, si no el Estado mismo en esta época.

La divinización de Cristo [<>] [\/] [/\]

      Interminables fueron los debates, durante el siglo IV, sobre la naturaleza de Cristo: dos corrientes principales imperaban, la arriana y la origenista.

      Arrio (250-336), fue ordenado sacerdote en el 311-2, y enseñó en Alejandría; su concepción de la divinidad, del Logos y de la encarnación, estuvo fuertemente influenciada por la filosofía, por el neoplatonismo: Cristo no podía ser Dios pues la divinidad es única, incomunicable e inmutable (neoplatonismo): la segunda persona de la Trinidad, el Logos, es subordinada al Padre, y menos que el Padre; creada y por consiguiente con un principio, en tanto que Dios es absolutamente trascendente: "un único Dios, el único increado (agennetos), el único eterno, el único sin comienzo"; Cristo es, pues, una criatura, como encarnación de la Palabra. El Hijo es anomois, diverso del Padre.

      La corriente origenista, por su parte, más estrictamente apegada a los textos sagrados cristianos, concebía a Cristo como el Logos encarnado, creador del universo y la humanidad, pero subordinado a Dios y sujeto a los comandos del Padre.

      Estas diversas interpret aciones de la divinidad, del Logos y de Cristo, dividían profundamente a la Iglesia y de continuar, la invalidarían, al impedir su unidad, como única religión oficial: En el 325 Constantino convocó el concilio ecuménico de Nicea, que él presidió no se conservan minutas de los debates de este concilio, pero consta que fué, más que un debate, una pelotera, una verdadera palestra bizantina de la que no podría haber resultado la "unidad de la Iglesia" que Constantino buscaba; el emperador decidió proponer su fórmula sobre la naturaleza de Cristo, que, aunque fue aceptada por el Concilioa regañadientes, produjo lo que el emperador buscaba: la paz entre los obispos cristianos, y la unidad de la iglesia oficial.

      Esta fórmula fue la del homoousios, es decir que Cristo es consubstancial con el Padre. Se estableció el Credo de Nicea, el que hasta nuestros días proclama toda la cristiandad y que, en su versión tomada del texto griego (cfr. Denzinger, 54); reza:

Creemos en un solo Dios Padre omnipotente, creador de todas las cosas, de las visibles y de las invisibles; y en un solo señor Jesucristo HIjo de Dios, nacido unigénito del Padre, es decir, de la sustancia del Padre, Dios de Dios, luz de luz, Dios verdadero de Dios verdadero, engendrado, no hecho, consustancial al Padre, por quien todas las cosas fueron hechas, las que hay en el cielo y las que hay en la tierra, que por nosotros los hombres y por nuestra salvación descendió y se encarnó, se hizo hombre, padeció, y resucitó al tercer día, subió a los cielos y ha de venir a juzgar a los vivos y a los muertos. Y en el Espíritu Santo.

      Mas a los que afirman: Hubo un tiempo en que no fue y que antes de ser engendrado no fue, y que fue hecho de la nada, o los que dicen que es de otra hipóstasis (persona) o de otra sustancia o que el Hijo de Dios es cambiable o mudable, los anatemiza la Iglesia Católica.

      La ortodoxia no sería a partir de este momento origenista, ni arriana, sino nicena; y Atanasio (293-373), obispo de Alejandría, se encargarí a de extirpar el arrianismo de Europa y Asia, el cual subsistiría, no obstante, entre las tribus germánicas hasta el siglo VII y en nuestros días en algunas confesiones cristianas (los Unitarios, los Testigos de Yahveh). Arrio fue admitido a la fe católica, por Constantino, mediante una confesión ambigua del credo niceno: el emperador había logrado su propósito, la unidad de la iglesia oficial. Sin embargo esto era solo aparente, como las disputas sobre la naturalez a de Cristo, que culminarían en el Concilio de Calcedonia del 451, pusieron de manifiesto.

Dámaso y Jerónimo [<>] [\/] [/\]

      Papa Dámaso (304-384) puede llamársele fundador de la Iglesia Romana; tal como él la diseñó se conserva hasta nuestros días. No llegó a la sede pontificia ni rectamente, ni fácilmente, ni por su santidad, aunque llegó a ser santo. En el 366 ascendió al trono, gracias a la protección imperial; el Edicto de Milán ya empezaba a dar su frutos, y no los mejores: los puestos eclesiásticos, que comportaban exoneraciones fiscales considerables y acceso a fondos comunitarios importantes, hacían que la nobleza romana acudiera en bandada a apropiarse los nuevos privilegios de la recientemente oficializada religión.

      El último de los grandes historiadores romanos Ammianus Marcellinus (330-395) nos dejó en su Rerum gestarum libri (Crónica de los Eventos), de la que subsisten 18 libros, una detallada crónica de los sucesos del 353 al 378: entre los eventos que narra registra que la batalla entre Ursino y Dámaso por el obispado de Roma dejó, en sólo la iglesia que se levantaba donde hoy está la de Santa María Mayor, 137 cuerpos exámines, lo que sucedía por cuanto el disfrute del obispado de Roma comportab a grandes privilegios; por eso afirmó Ammianus: "

... pues cuando lo logren (la sede episcopal) estarán tanto libres de todo cuidado como enriqueci dos con las ofertas de las matronas, viajarán sentados en carruajes, vistiendo vestiduras escogidas cuidadosa mente, y comerán banquetes tan lujosos, que sus entretenimientos superarán los de los reyes" (cfr., Frend, p. 77)

      Las clases altas comenzaban a buscar, por motivos de conveniencia económica, las posiciones eclesiásticas. El servicio eclesiástico se convirtoó en una carrera que brindaba excelentes oportunidades y así resultó que grupos oficiales o privados ingresaban a la clerecía, haciendo carreras vertiginosas: Ambrosio fué bautizado y en el término de ocho días pasó de gobernador (consularis) de Emilia-Liguria a Arzobispo de Milán; Agustín de Hipona, Jerónimo, Orígenes y Paulino de Nola, todos fueron ordenados presbíteros sin mayores trámites; Fabián era laico y fue ordenado Papa en el 236, Eusebio era catecúmeno cuando fué, a instancia de las milicias, ordenado Obispo de Cesárea en el 314, lo mismo que Filógono de Antioquía en el 319, Nectario de Constantinopla en 381, Sinesio de Ptolemais en el 410; además de Eusebio, fueron promovidos por las milicias a sedes episcopales Martín de Tours y Filiastro de Brescia, entre otros tantos, y Gregorio Naciancen o cuenta que -en el siglo IV -era común ser nombrado obispo seleccionando los candidatos del ejército, la marina, los círculos agrícolas o los gremios. Juan Crisóstomo en un sínodo que convocó en Éfeso en el 410, halló seis casos de simonía, obispados en cabeza no de célibes sino de hombres casados, que habían adquirido la sede episcopal mediante soborno: los depuso, pero luego fueron insediados nuevamente... sin abandonar a sus esposas.

      Los incentivos económicos, entre los magnates y las clases altas y acomodadas, para hacerse cristiano los constituyeron, principalmente, la exoneración de los servicios comunales obligatorios, que eran excesivamente onerosos; del pago de los impuestos rurales y el acceso a las arcas comunales de las comunidades cristianas (entre los hombres de fortuna y las viudas se hizo costumbre tratar a la Iglesia como "esposa de Cristo" dejándole en herencia un tercio del patrimonio hereditario, o bien considerándola como un hijo adicional, con lo que las arcas comunales cristianas estaban bien provistas).

      Julián el Apóstata se percató de que el cristianismo medraba en gran parte por el respaldo imperial y los incentivos consiguientes y -en su deseo de restaurar el paganismo- creyó que lo más prudente sería instaurar una plena tolerancia religiosa (la del 361-3), convencido, según Ammianus, de que los cristianos entonces se dividirían en multitud de sectas contestatarias, pues "ninguna bestia salvaje es tan hostil a los hombres, como los cristianos lo son entre ellos".

      En este ambiente, tan proclive a la corrupción, reinó Dámaso, y supo poner suficiente orden para establecer una organización capaz de continuar gozando del respaldo que el cristianismo despertaba entre sus secuaces, pero que al mismo tiempo ofreciera oportunidades de "carrera" suficientes para asegurar que su clerecía estuviese constituida por lo mejor de la sociedad romana. Lo logró tan cabalmente que su reforma, continuada y completada por su sucesor Siricio (385-398), se mantendría en pie los siguientes mil años, y no sufriría una modificación a fondo, sino en los inicios de la Edad moderna: y aún hoy, después de dicha reforma, la Iglesia de Roma sigue siendo muy similar a la de Dámaso a punto tal que los católicos romanos no lo veríamos, de vivir en él, como un mundo ajeno.

      En lo dogmático (Concilio Romano del 382) promulgó la unidad sustancial del Espíritu Santo con el Padre y el Hijo; la distinción entre el Padre y el Hijo (que no es el mismo que el Padre); la divinidad del Hijo y del Espíritu Santo (quienes no son criaturas). Condenó que Cristo sea nacido sólo de María; que hubiera dos Hijos, uno antes de los siglos y otro luego de encarnarse; que Cristo no tuviese alma humana, sino sólo divina (el Verbo unido a un cuerpo humano, pero sin alma humana). Declaró la divinidad del Hijo de Dios; la Divinidad del Espíritu Santo; que la creación es obra de la Trinidad; que la Trinidad son tres personas verdaderas, iguales, siempre vivientes, que todo lo contienen, lo visible y lo invisible, que todo lo pueden, que todo lo juzgan, que todo lo vivifican, que todo lo hacen, que todo lo salvan. Asimismo en su pontificado se fijó el Canon de la Sagrada Escritura, tanto del Antiguo como del Nuevo Testamento, y además se tradujeron, de lo que se encargó a Jerónimo, al latín: la llamada Vulgata Latina, que sería la traducción oficial utilizada por la Iglesia Romana hasta mediados del siglo XX.

      Dámaso afirmó también la preeminencia de la sede apostólica (la cual sería expresamente establecida por una autoridad conciliar en el 431, en el III concilio ecuménico, el de Éfeso), el culto de los mártires, especialmente el de Pedro; reformó la liturgia, celebrando los misterios en latín, en lugar de en griego como hasta entonces; organizó los asuntos religiosos, y estableció, como desde entonces se cumplió, pormenorizado registro y razón de las decisiones

      Secretario del Papa Dámaso fué Jerónimo, quien vivió del 347 al 420; fue bautizado por el Papa Liberio en el 366 y era uno de los mayores eruditos en los clásicos latinos de su época; viajó extensamente, fue discípulo de Gregorio Nacianceno, vivió largo tiempo como eremita, fue ordenado sacerdote, sin obligación de cura de almas. En el 385 abandonó Roma, donde era perseguido por los cristianos, por sus críticas a su modo de vida, y marchó a Palestina, donde en el 389 estableció un monasterio en Belén (constaba de un convento para hombres, otro para mujeres y un albergue para peregrinos). Algunos le consideran el fundador del monasticismo occidental.

      No fue un pensador original ni atrevido, sino más bien un estudioso minucioso, bastante tradicionalista: su influencia sobre la Iglesia medioeval fue inmensa, por sus propias obras, muy leídas, en especial sus apologías de la virginidad, y por su traducción al latín de las obras de Orígenes, Eusebio de Cesárea y la Biblia (Vulgata Latina); así como por su regla monástica, en la que se basaría el monasticismo, en su forma conventual característica del Occidente, en lugar del eremitismo oriental.

Ambrosio de Milán [<>] [\/] [/\]

      Las prohibiciones eclesiásticas no impidieron que Ambrosio, apenas un catecúmeno, fuera electo, ordenado en los diversos grados eclesiásticos -en solo 8 días- y consagrado obispo de Milán en el 373, a las edad de 34 años; esta meteórica carrera eclesiástica no desdice de su cristianismo, pues provenía de una familia aristocrática, pero profundamente cristiana (su hermana Marcelina había sido recibida como monja en el 353). Pasó así de gobernador (consularis) a obispo.

      Si a Dámaso se debió la institucionalización eclesiástica romana y muy importantes definiciones dogmáticas, Ambrosio fue la fuente de la espiritualidad romana: liturgia congregacional, música (canto ambrosiano), ascetismo, culto de las reliquias, vida conventual; extirpación del arrianismo y del paganismo.

      Fue también un prelado habilísimo en cuestiones políticas y el iniciador de una Realpolitik de primacía de la Iglesia sobre el Estado, caracterí stica de la Edad Media occidental. Su gran capacidad política, muy superior a la del Papa, se debió a la influencia personal sobre el emperador Graciano, quien en el 379 visitó Milán y cayó bajo su embeleso, pidiéndole que lo catequizara. El sucesor de Graciano, Teodosio, fue un emperador cristiano, pero muy inestable como jerarca; en el 390, en Tesalónica, masacra a 7 mil cristianos; Ambrosio logró que un concilio lo excomulgara y así creó el moderno Estado de derecho, al mantener, contra todo riesgo, que el orden moral es supremo y que el jerarca está sujeto a él (Teodosio en la Navidad del 390 hizo pública penitencia y es readmitido a la comunión de la fe). Este orden de cosas caracterizará a la Iglesia occidental, pues en la oriental se desarrollarán las relaciones con el Estado en otra manera, mediante una sumisión total de la Iglesia al poder político, con continuas exhortaciones, eso sí, en que se recordaba al emperador su condición de "hombre mortal", sujeto al juicio de Dios, pero sin afirmar independientemente los derechos de la Iglesia, contrariamente a la política de Ambrosio de Milán (que culminaría en el 1077 en Canossa, con la postración de Enrique IV ante el Papa Gregorio VII): la de nunca permitir que los derechos de la Iglesia fueran pisoteados por el poder político.

El debate Cristológico: cuál sea la naturaleza de Cristo [<>] [\/] [/\]

      Las doctrinas respecto de la persona de Cristo constituyen la cristología, disciplina que fue de primordial importancia en los primeros siglos del cristianismo y que ocuparía la mayor parte del pensamiento cristiano, junto con la doctrina de la trinidad, del Dios triuno (dogmática definida en el Concilio de Nicea del 325).

      La cristología fue definida en los concilios ecuménicos de Nicea (325), Calcedoni a (425) y  II de Constantinopla (689) en cada uno se logró a una síntesis de las doctrinas preconciliares, declarando como contrarias a la ortodoxia las que los padres conciliares repudiaron. Seguidamente haré un breve resumen de las principales de esas doctrinas e indicaré entre paréntesis y con cursivas el nombre usual de la correspondiente herejía.

      Doctrinas anteriores al Concilio de Nicea: existió una corriente de raigambre judaica que considera a Cristo sólo como hombre (ebionistas); otros, gnósticos, lo consideraban sólo Dios, sindo la humanidad un mero fantasma (docetas); Cristo sería hombre, pero se divinizaría en el Bautismo (basilidianos); Jesús es humano, pero movido (energizado) por un poder divino (artemonitas, alogistas); el Padre y el Hijo son el mismo Dios y consecuentemente Dios mismo fue crucificado (Patripasionistas); el Hijo es uno de los tres modos en que se manifiesta la sustancia divina (sabelianos).

      El Concilio de Nicea definió que en Cristo hay dos naturalezas, una humana y otra divina, pero una sola persona, siendo el Hijo consubstancial al Padre, y lo mismo el Espíritu Santo. Esta definición condenó al arrianismo que predicaba una sustancia divina y otra humana en Cristo, pero habiendo sido creado por voluntad de Dios, aun cuando antes del resto de la creación, y que por lo tanto Cristo estaba subordinado a Dios y era de otra sustancia que la Divinidad.

      Alcanzada la definición nicena, la cristología continuó evolucionando y aparecen nuevas opiniones, antes del Concilio de Calcedonia (451): Cristo posee cuerpo pero no alma humana; en lugar de ella está el Logos, la segunda persona de la Trinidad (apolinaristas); en Cristo coexisten la naturaleza humana y la divina, pero separadamente (nestorianos); Cristo posee dos naturalezas, humana y divina, pero la humana está completamente informada y subordinada a la divina (eutiquianos)

      El Concilio de Efeso (431) había anatemizado las doctrinas apuntadas y además definido, contra los nestorianos, que María es Theotokos (Madre de Dios), punto que ellos negaban; dicho Concilio declaró los siguientes anatematismos:

Canon 2. Si alguno no confiesa que el Verbo de Dios Padre se unió a la carne según hipóstasis y que Cristo es uno con su propia carne, a saber, que el mismo es Dios al mismo tiempo que hombre, sea anatema. (Denzinger, 114).

Canon 3. Si alguno divide en el solo Cristo la hipóstasis después de la unión, uniéndolas sólo por la conexión de la dignidad o de la autoridad y potestad, y no más bien por la conjunción que resulta de la unión natural, sea anatema. (ídem, 115).

Canon 5. Si alguno se atreve a decir que Cristo es hombre teóforo, o portador de Dios y no, más bien, Dios verdadero, como hijo único y natural, según el Verbo se hizo carne y tuvo parte de un modo semejante a nosotros en la carne y en la sangre (Hebr.2, 14), sea anatema. (ídem, 117).

      La formulación de Efeso, pese a ser la ortodoxia declarada por los padres conciliares, no correspondía bien con lo que doctores y pueblo cristiano profesaban, por lo que, veinte años después, luego de muchas incidencias y peripecias, convocó el Concilio de Calcedonia que hará una determina ción más acorde con el sentimiento religioso imperante, definiendo así las dos naturalezas de Cristo:

Siguendo, pues, a los Santos Padres, todos a una vez enseñamos que ha de confesarse a uno solo y el mismo Hijo, nuestro Señor Jesucristo, el mismo perfecto en la divinidad y el mismo perfecto en la humanidad, Dios verdaderamente, y el mismo verdaderamente hombre de alma racional y de cuerpo, consustancial, con el Padre en cuanto a la divinidad, y el mismo consustancial con nosotros en cuanto a la humanidad, semejan te en todo a nosotros, menos en el pecado (Hebr.4, 15); engendrado del Padre antes de los siglos en cuanto a la divinidad, y el mismo, en los últimos días, por nosotros y por nuestra salvación, engendrado de María Virgen, madre de Dios, en cuanto a la humanidad; que se ha de reconocer a uno solo y el mismo Cristo Hijo Señor unigénito en dos naturalezas, sin confusión, sin cambio, sin división, sin separación, en modo alguno borrada la diferencia de naturalezas por causa de la unión, sino conservando, más bien, cada naturaleza su propiedad y concurriendo en una sola persona y en una sola hipóstasis, no partido o dividido en dos personas, sino uno solo y el mismo Hijo unigénito, Dios Verbo Señor Jesucristo, como de antiguo acerca de Él nos enseñaron los profetas, y el mismo Jesucristo, y nos lo ha transmitido el Símbolo de los Padres.

Así, pues, después que con toda exactitud y cuidado en todos sus aspectos fue por nosotros redactada esta fórmula, definió el santo y ecuménico Concilio que a nadie será lícito profesar otra fe, ni siquiera escribirla o componerla, ni sentirla, ni enseñarla a los demás (Denzinger, 148).

      La fórmula definitiva fue redactada y leída al Concilio por el Emperador y alabada por los padres conciliares con entusiasmo. Las nuevas precisiones fueron recibidas por la iglesia romana como una verdad definitiva pero en la oriental apenas como una fórmula de compromiso. Quedaba todavía camino por andar y se debía profundizar más aún en la naturaleza de Cristo, hasta llegar al III Concilio de Constantinopla; mientras tanto hubo nuevas corrientes cristológicas, los monofisitas y los monotelistas que fueron anatemizadas: Cristo posee una sola naturaleza, la divina, la naturaleza humana es sólo una cualidad contingente de la divina (monofisitas); como Cristo es una sola persona, tiene una única voluntad (monotelistas):

      El III Concilio de Constantinopla promulgó:

...define que confiesa a Nuestro Señor Jesucristo, nuestro verdadero Dios, uno que es de la santa consustancial Trinidad, principio de la vida, como perfecto en la divinidad y perfecto el mismo en la humanidad, verdaderamente Dios y verdaderamente hombre, compuesto de alma racional y de cuerpo; consustancial al Padre según la divinidad y el mismo consustancial a nosotros según la humanidad, en todo semejante a nosotros, excepto en el pecado (Hebr.4, 15); que antes de los siglos nació del Padre según la divinidad, y el mismo, en los últimos días, por nosotros y por nuestra salvación, nació del Espíritu Santo y de María Virgen, que es propiamente y según verdad madre de Dios, según la humanidad; reconocido como un solo y mismo Cristo Hijo Señor unigénito en dos naturalezas, sin confusión, sin conmutación, inseparablemente, sin división, pues no se suprimió en modo alguno la diferencia de las dos naturalezas por causa de la unión, sino conservando más cada naturaleza su propiedad y concurriendo en una sola persona y en una sola hipóstasis, no partido o distribuido en dos personas, sino uno solo y el mismo Hijo unigénito, Verbo de Dios, Señor Jesucristo, (Denzinger, 290).

Y predicamos igualmente en Él dos voluntades naturales o quereres y dos operaciones naturales, sin división, sin conmutación, sin separación, sin confusión, según la enseñanza de los Santos Padres; y dos voluntades, no contrarias -¡Dios nos libre!-, como dijeron los impíos herejes, sino que su voluntad humana sigue a su voluntad divina y omnipotente, sin oponérsele ni combatirla, antes bien, enteramente sometida a ella. Era, en efecto menester que la voluntad de la carne se moviera, pero tenía que estar sujeta a la voluntad divina del mismo, según el sapientísimo Atanasio. Porque a la manera que su carne se dice y es carne de Dios Verbo, así la voluntad natural de su carne se dice y es propia de Dios Verbo... Porque a la manera que su carne animada, santísima e inmaculada, no por estar divinizada quedó suprimida, sino que permaneció en su propio término y razón, así tampoco su voluntad quedó suprimida por estar divinizada. (ídem, 291).

Glorificamos también dos operaciones naturales sin división, sin conmutación, sin separación, sin confusión, en el mismo Señor nuestro Jesucristo, nuestro verdadero Dios, esto es, una operación divina y otra operación humana, según con toda claridad dice el predicador divino León: "Obra, en efecto, una y otra forma con comunicación de la otra lo que es propio de ella: es decir, que el Verbo obra lo que pertenece al Verbo y la carne ejecuta lo que toca a la carne". Porque no vamos ciertamente a admitir una misma operación natural de Dios y de la criatura, para no levantar lo creado hasta la divina sustancia ni rebajar tampoco la excelencia de la divina naturaleza al puesto que conviene a las criaturas... Guardando desde luego la inconfusión y la indivisión, con breve palabra lo anunciamos todo: Creyendo que es uno de la Santa Trinidad, aun después de la encarnación, nuestro Señor Jesucristo, nuestro verdadero Dios, decimos que sus dos naturalezas resplandecen en su única hipóstasis, en la que mostró tanto sus milagros como sus padecimientos, durante toda su vida redentora, no en apariencia, sino realmente; puesto que en una sola hipóstasis se reconoce la natural diferencia por querer y obrar, con comunicación de la otra, cada naturaleza lo suyo propio; y según esta razón, glorifica mos también dos voluntades y operaciones naturales que mutuamente concurren para la salvación del género humano. (ídem, 292).

Agustín de Hipona [<>] [\/] [/\]

      Agustín (354-430), hijo de padre pagano y madre cristiana, obispo de Hipona, Santo y Padre de la Iglesia, fue no sólo una de las mayores mentalidades y más influyentes personali dades del cristianismo occidental, sino el pensador que, junto con Pablo, ha gozado de mayor ascendiente sobre la religiosidad cristiana. Además de ser pensador sublime y original, dominaba la lengua latina y la retórica con tanta maestría, que nada tuvo el cristianismo latino que envidiar al griego después de él.

      No todos aceptan la creatividad y originalidad de Agustín sin más, sino que muchos lo adversan radicalmente, por ejemplo, Johnson (pp. 112 y 113) afirma:

La historia pudo haber sido diferente. Había elementos en la cristiandad a inicios del siglo quinto que se esforzaban en crear una cultura propiamente cristiana, conforme a los dictados de Orígenes. Su fracaso y destrucción fueron principalmente obra de un solo hombre, quien llevó a sus últimas consecuencias las tendencias implícitas en las concepciones de Ambroso y Jerónimo. Agustín fue el genio sombrío de la cristiandad imperial, el ideólogo de la alianza Iglesia-Estado, y el autor de la mentalidad medioeval. El primero después de Pablo, quien suplió la teología básica, fue, más que cualquier otro, quien dió forma al cristianismo... Durante mil años Agustín fue el más popular de los Padres; las bibliotecas de la Edad Media tenían más de 500 manuscritos completos de su Ciudad de Dios, de la que hubo 24 ediciones impresas entre 1467-95. Sobre todas las cosas, Agustín escribió sobre él mismo: publicó sus llamadas Confesiones en el 397, dos años después de ser nombrado obispo. Era un egoísta tremendo: es característico de él que su autobiografía espiritual hubiera sido escrita en la forma de un gigantesco discurso a la divinidad.

      Y también nos dice Johnson, al referirse a la justificación agustiniana del uso de la violencia pública para atraer a la gente a la verdadera fe (p. 117):

Aquí, articulado por vez primera, el llamado de la Iglesia persecutora a todos los elementos autoritarios de la sociedad, en verdad de la naturaleza humana. Ni Agustín se limitaba a obrar sólo a nivel intelectual. Era un obispo eminente, que trabajaba activamente con el Estado para imponer la uniformidad imperial... Agustín modificó el punto de vista de la ortodoxia respecto de las divergencias religiosas, en dos ideas fundamentales. Primero,... por la justificación de la persecución constructiva: la idea de que el hereje no debía ser expulsado sino, contrariamente, obligado a retractarse y conformarse con la fe, o ser destruido "Constríñelos a estar dentro". Su segunda contribución fue todavía, en alguna forma, más siniestra, púes implicaba la censura constructiva. Agustín creía que era obligación del intelectual ortodoxo el identificar la herejía incipiente, traerla a la superficie y exponerla, y así forzar a los responsables de ella a abandonar su orientación intelectual o aceptar el status de herejes.

      No obstante esta su vocación de "martillo de herejes", su pensamiento fue una fusión del platonismo y la fe cristiana, siguiendo en lo filosófico la corriente neoplatonista, fundada por Plotino (205-270), filosofía que mantuvo su vigencia, en gran parte gracias a Agustín durante la Edad Media, el Renacimiento protestante y hasta nuestros días. Comenzó como maniqueo, siguiendo las enseñanzas de Mani, tal como se difundieron en Occidente, de dos principios originales, el bien y el mal, correspondiendo al principio bueno lo espiritual y al malo lo material, por lo que el creyente debía llevar una vida ascética, de castidad total (Agustín, que vivía en concubinato en este período, perteneció a los grados inferiores, los "oyentes", a quienes les era consentido, por su atraso espiritual, el matrimonio). Se desencantó de la secta, por no poderle contestar sus sacerdotes adecuadam ente las dudas que planteaba.

      A los 28 años de edad dejó Cartago, donde enseñaba retórica, para ir a enseñarla a Roma; acabó con un puesto oficial de profesor de retórica en Milán, sede entonces de la corte imperial de Occidente; Ambrosio era el obispo y oyendo sus prédicas comenzó a respetar intelectualmente la fe católica. Probablemente Ambrosio fue quien lo puso en contacto con el pensamiento y los escritos (contenidos en 6 libros denominados "Las Eneadas", editados por Porfirio) de Plotino. La filosofía de este pensador es, contrariamente al maniqueísmo, de un monismo estricto: existe una única realidad y el universo es una emanación, por refulgencia, de esta realidad única, de donde todas las cosas provienen: la emanación primera o inicial es el Nous, el reino de las formas de Platón, la segunda emanación es el Alma del Mundo, el principio de la vida y la inteligencia activa, que origina los patrones de la creación del mundo en el tiempo-espacio, el cuerpo del Alma del Mundo es, precisamente, el mundo, siendo la última emanación la de la materia informe, la materia misma en cuanto tal, es lo más cercano al no-ser; el mal en el mundo y en el hombre es un concomitante del principio material: el sistema neoplatónico es una "vía espiritual", un método para llegar a la unión con la divinidad, el hombre, un compuesto de espíritu y materia, se halla -por así decir- en una situación inestable, de la que debe liberarse por la contemplación, intelectual y espiritul al mismo tiempo, que puede requerir más de una vida.

      En el 387 Agustín fue bautizado por Ambrosio de Milán y partió de regreso a Tagaste, su lugar nativo en Africa del Norte, -Mónica su madre, que lo acompañaba, murió en Ostia antes del viaje-, en Africa vivirá en comunidad religiosa con amigos suyos, dedicados a la vida contemplativa; en el 391 fue obligado a tomar órdenes y a ser obispo coadjutor del de Hipona, Valerio, a cuya muerte (396) Agustín ocupa el cargo, que desempeñará por el resto de sus días, hasta el 430.

      En 390-1 escribió su primera obra De vera religione, un tratado en que la religión cristiana es entendida al modo neoplatónico.

      Agustín no fue un teólogo sistemático: su pensamiento está contenido en múltiples ensayos y cartas, casi todo motivado por consultas que le hacían desde todas las iglesias. Sus escritos contra los herejes (maniqueos, donatistas, pelagianos) son extraordinarios, pero donde mejor se nos muestra, como maestro de la cristiandad, es en sus comentarios a las Escrituras, especialmente de los Salmos, y del Evangelio y I Epístola de Juan. Sus obras más conocidas por el público general son dos libros de influencia inmensa hasta nuestros días: La Ciudad de Dios contra los Paganos y Confesiones.

      Su pensamien to religioso puede resumirse en que a Dios lo encontramos y conocemos contemplando nuestra propia realidad, que es su imagen; nuestro propio ser (en cuanto ser, pensamiento y voluntad) refleja, como en imagen -borrosamente, entre sombras-, la realidad del Dios triuno. En el terreno estrictamente filosófico, mantuvo posiciones originales en su teoría del universo, del conocimiento y de la ética. Respecto del universo sostuvo que todo lo que es, en cuanto es, es bueno por ser "la voluntad de un Dios bueno, el crear cosas buenas" (Ciudad de Dios, xi, 21). Los grados de bondad son grados de ser y una cosa es tanto más buena cuanto más es; por ello hasta la materia informe es buena, pues Dios la hizo y a mantiene en existencia: el mal no existe, puesto que todo es bueno, y lo que conceptuamos como mal es la ausencia de un bien debido. En lo que hace a la teoría del conocimiento afirmó que el conocimiento no puede venir de fuera, sino de la propia mente (quien nos enseña sólo nos hace patente, nos apercibe, hace que nos percatemos de lo que ya sabíamos): el pensador no construye la verdad, la descubre, y esto es posible porque existe un maestro interior, Cristo, el Logos divino que nos ilumina. Su ética predica que el logro de la felicidad es un deseo humano universal: el cosmos está adecuadamente ordenado, en modo tal que los grados del ser son también los del valer y dentro de este orden universal, el orden moral consiste en establecer el orden correcto, mediante la subordinación de lo más bajo a lo más elevado en la escala del ser: el cuerpo subordinado al espíritu y el espíritu a Dios. La felicidad consiste pues en aceptar voluntariamente el lugar que corresponde a cada quien en la creación, lo que alcanzamos conociéndonos a nosotros mismos; en su refutación del escepticismo, y aplicando su regla sobre la reflexión interior y conocimiento de uno mismo, anticipó el cogito, ergo sum de Descartes, con su si fallor, sum (si yerro, existo), apotegma con el cual afirmaba la inexorabilidad de la verdad, pues si dudo, seguro estoy de la verdad de que dudo, luego es imposible una duda universal, pues siempre habría al menos una verdad: si fallor, sum, y así como no puede dudarse de la verdad, tampoco del bien o la belleza.

      En sus polémicas con los heterodoxos, determinó, por su poderosa inteligencia y religiosidad, la que sería la posición de la ortodoxia. Los donatistas pretendían que los sacramentos recibidos de ministro indigno no tenían eficacia, y Agustín les respondió con su teoría de la actuación del sacramento por su misma virtud y no la del ministro, ex opere operato, pues la eficacia del sacramento no viene del ministro, del vector, sino de Cristo. Enfrentado a las doctrinas de Pelagio, para quien el pecado existía en virtud de una libre elección del hombre, y por lo tanto nacemos sin pecado (negación del pecado original) y además podemos ser naturalmente rectos, sin necesidad de la gracia de Dios, Agustín defendió la creencia tradicional en el pecado original, que se transmitiría por la generación -que implica una situación incontrolable por el espíritu, por su inmenso contenido pasional-; pero fue más allá, afirmando que, roto el orden moral por el pecado, al hombre no le es ya posible restablecerlo por sus propias fuerzas, pues aunque conozca el bien es incapaz de seguirlo por sí mismo y requiere del auxilio divino (la gracia) para restablecer el orden perdido: Cristo no nos trajó una iluminación, como afirmaban los pelagianos, sino que es redentor indispensable. El hombre no es atraído, pues, al bien en cuanto lo percibe, sino que la gracia de Dios es la que nos arrastra al bien: de aquí que unos hombres estén predestinados a la salvación, que es un don de Dios, y otros a la condenación, por ser el bien inalcanzable a la sola naturaleza humana; consecuentemente, "fuera de la Iglesia no hay salvación" y es lícito hacer violencia a los hombres, incluso mediante fuerza bruta, para llevarlos a la recta senda, doctrina con la que allanó el camino a todas las crueldades que el cristiano ha inflingido al cristiano, en nombre del amor cristiano. Tanto su doctrina de la predestinación, como la de la conversión por medio del terror, informarán el pensamiento de todas las facciones cristianas desde sus años hasta nuestros días.

El cristianismo como religion oriental [<>] [\/] [/\]

      En los siete siglos anteriores al 1054, el cristianismo es una religión asiática y Occidente, Roma, para mayor precisión, poco cuenta, pues el desarrollo de la religión cristiana estuvo por entonces dominada por Oriente, por Bizancio. Basta para ello considerar los concilios ecuménicos de esta época, todos orientales y presididos por el emperador bizantino: Concilio de Nicea del 325, I de Constantinopla del 381, Concilio de Éfeso del 431, Concilio de Calcedonia (451), II de Constanti nopla del 553, III de Constantinopla (680-81), II de Nicea (787) y IV de Constantinopla (869-870). Lo mismo que los concilios, también los grandes teólogos fueron en su inmensa mayoría orientales: la literatura patrística es casi enteramente oriental[a].

      Los padres apostólicos, es decir los que fueron discípulos de los Apóstoles, nos legan la Didaché o Doctrina de los XII Apóstoles (siríaca, del 80 al 100), la Epístola de Bernabé, el Pastor de Hermas (del 100 al 150), I y II Carta de Clemente (88-97), las Siete Cartas de Ignacio de Antioquía (+109), Carta a los Filipenses de Policarpo de Esmirna (68-156) y los escritos de Papías de Frigia o Hierápoli s( cerca del 130); de esta patrística, sólo los escritos de Clemente son occidentales, oriental todo el resto. También es oriental la Literatura gnóstica, que algunos repudian como patrística, por su heterodoxia, pero que debemos considerar como expresión de la espiritualidad cristiana, pues lo es, incluso si descarriada (en este acápite pondré en mayúsculas los autores y textos heterodox os): SATURNINO (griego), BASILIDES (S.II, griego), VALENTINO (egipcio, floruit 140-60), MARCION (Asia Menor, floruit 140). Oriental es también, la patrístic a de los llamados Padres apologistas[1], de los siglos II y III, excepto Tertuliano (cartaginés, 160-220), quien fue el primer Padre que usó el latín. También oriental, de lengua griega o siríaca son la denominada Escuela de Alejandría[2], los Padres Nicenos[3] y los Padres Posnicenos[4], los Padres de Capadocia[5] y las Escuelas de Antioquía[6], de Edesa y Nisibis[7], los Padres de Calcedonia[8], los Padres de Constantinopla[9], los PADRES NOCALCEDONIANOS[10], así como Severo de Antioquía, Julián de Halicarnaso y Máximo Confesor y, por supuesto, los Padres griegos de las postrimerías[11].

      Frente a esta pléyade oriental la iglesia latina muestra una constelación menor de teólogos; los mejores de ellos, además, no fueron continentales, sino de Africa del Norte (el Magreb actual), región de vigorosa vida cristiana hasta el ascenso del Islam: Ellos son los Padres Latinos[12] y los Padres Latinos Postnicenos[13].

      Además, los textos sagrados del cristianismo (Antiguo y Nuevo Testamento) estaban escritos, en su mayor parte, en griego, y no se dispuso de texto latino, sino hasta la traducción de Jerónimo (Vulgata Latina). Es así como el griego será la lengua de los inicios de la cristiandad.

      Además de su superiori dad intelectu al y espiritual, Oriente tuvo una, mucho más marcada, en lo económico, como lo evidencia el número de sus universid ades, sus ciudades opulentas, su más próspera agricultu ra e industria (cfr. Brown en Holmes, p. 1).

      No obstante la inferioridad inicial de Occidente y de su lengua, el latín acabó por ser el idioma de la cristiandad, gracias a la obra precursora de Agustín de Hipona, Ambrosio de Milán y Jerónimo, quienes pusieron las premisas por las que la teología latina, a la postre, predominará sobre la griega.

Gregorio I, Magno (540-604) [<>] [\/] [/\]

      Papa del 590 al 604, Gregorio Magno fue el último de los Padres de la Iglesia latina y una vida paralela con Ambrosio de Milán: ambos burócratas imperiales (Gregorio antes del sacerdocio fue praefectus urbis de Roma), los dos de familia patricia, ambos de una religiosidad profunda, los dos reformadores y arquitectos de la Iglesia medioeval.

      Gregorio fue hombre de gran riqueza, por herencia familiar, que todo lo dió a la Iglesia: con sus bienes fundó un monasterio en Roma y seis en Sicilia. De prefecto de la ciudad, pasó al sacerdocio, fué nuncio en Bizancio y cuando papa dedicó los fondos eclesiásticos al auxilio de los pobres. Reformó la liturgia, la música (canto gregoriano) y cimentó la doctrina de la preeminencia de la iglesia sobre el poder civil, respaldando el poderío de la iglesia de Roma mediante la consolidación del "patrimonio de Pedro", los Estados Pontificios, que hicieron posible la independencia de la iglesia romana durante la Edad Media.

      Profundamente influenciado por Agustín en su pensamiento religioso, potencia la influencia de esta corriente teológica y religiosa; como Agustín, y a pesar de ser un declarado pacifista en los asuntos italianos, propugnó la "guerra santa" para convertir a los pueblos paganos (es el primer papa que bendice una guerra), le cabe, pues, la infame gloria, junto a Agustín, de haber sentado el precedente de las guerras ideológicas que tanto ensangrentarían a la civilización cristiana. Con todo no debemos ser excesivos en reprocharle esta teoría política, ya que a escasos seis años de la muerte de este Papa, Mahoma tendrá su visión en el monte Hira y fundará una religión basada en la "guerra santa", de tal éxito que nadie pudo ya poner en duda la verdad que respaldaría a esta infame teoría de la violencia espiritual, la que cundirá incontestada.

      La mentalidad de Gregorio fue muy medioeval, como lo pone de manifiesto su aceptación de la violencia física para llevar a los hombres a la verdad; igualmente su aceptación de la esclavitud, pues compraba y vendía esclavos conforme los necesitaba, para explotar los bienes eclesiásticos, tratándolos dignamente, pero sin sufrir escándalo por negar a un hombre la libertad personal y denigrarlo a la servidumbre, a ser cosa y no persona.

      Esta incongruencia de la vida cristiana, de la que los cristianos de la época no se percataban, también se daba en lo dogmático: el Concilio de Calcedonia y los que los precedieron habían sentado las bases fundamentales de la teología (el concepto de Dios), la cristología (el concepto de Cristo) y la antropología (el concepto del hombre) cristianas, sin percatarse de que no eran compartidas por la comunidad cristiana, como lo mostrará el avance del Islam. La fe había logrado una elaboración realmente portentosa desde el punto de vista intelectual, con distinciones tan sutiles que, siendo como era una religión griega -bizantina-, originaría el término bizantinismo ("discusiones baldías, intempestivas o demasiado sutiles"), usualmente peyorativo, pero que ponía de manifiesto la sutileza impresionante lograda en el análisis intelectual: Dios increado, personal, ajeno al universo, omnipotente; trino, y para fundamentar la teoría de la trinidad fue necesario desarrollar los tan complejos conceptos de naturaleza, persona e hipóstasis; Cristo, en quien más difícil es la aplicación de estos conceptos, con dos naturalezas, dos voluntades y una única persona, conjunción de lo eterno y lo temporal, nacido de una virgen, salvador e iluminación de la raza humana, inmaculado, sujeto al Padre, pero igual a Él en cuanto divinidad; resucitado de entre los muertos por su propio poder. El hombre, nacido en pecado original, incapaz de alcanzar la rectitud sino por llamado divino (doctrina de la gracia), predestinado a la gloria o a la condenación, cuya salvación será posible sólo dentro de la Iglesia de Cristo; auxiliado por los sacramentos para alcanzar la vida divina, pudiendo pecar y ser absuelto de sus pecados cuantas veces peque, por los ministros de los sacramentos, que tendrán capacidad para dispensar los aunque fueran personalmente indignos. La religión cristiana, alcanzado ya tal grado de reflexión, permaneció tranquila en lo teológico, desde Calcedonia hasta la muerte de Gregorio (aunque por el desarrollo de los siglos siguientes nos percataremos de que esta calma era sólo aparente y que multitudes inmensas realmente no profesaban la fe católica, y por ello la abandonar ían ante el Islam).

      La Iglesia, sobre todo la romana, en estos años se dedicó a institucionalizarse y a tratar de que su clerecía llevara una vida más acorde con la fe cristiana: principalmente a través del movimiento monacal, al que dará un gran impulso la reforma de Benito de Nursia (480-550), fundador del monasterio de Monte Casino, que será el paradigma del monasticismo occidental durante toda la Edad Media, movimiento de importancia fundamental en la organización social, cultural, económica y religiosa de los siglos siguientes.

      En Occidente, en el lapso que va del Concilio de Calcedonia (451) a la muerte de Gregorio Magno (604), se desarrolla un cataclismo social que destruyó la sociedad romana e hizo nacer la sociedad medioeval. Desde la reforma de Diocleciano en el 300 había habido una centralización de la vida económica, social y religiosa: se estableció una economía de comando que empobreció constantemente a Italia, hasta que en el 600 terminó la economía monetaria y se dió una involución inmiserante, que llevó al trueque; luego la plaga campeó en Occidente, aniquilando a más de la mitad de la población, del 542 al 590, reapareciendo en el el sur de Europa en el 600; los pueblos bárbaros incursionaron en el Imperio, que desaparecerá en el 476, aniquilando las instituciones políticas de Occidente: los vándalos invadieron Galia (406), los romanos abandonaron Britania (410), Alarico asoló Roma (410), los visigodos se establecieron en Galia (418), los vándalos invadieron Africa del Norte, los hunos amenazaron el Imperio Bizantino (447), Genserico conquistó Roma (455), Odoacro se proclama rey de Italia (476); Clodoveo fundó el reino de los francos; los lombardos ocuparon Italia del Norte, Spoleto y Benevento (568-573).

      En Bizancio tampoco reinaba la paz: en guerra con los persas (530-32); la reconquista imperial, con tropas al mando de Belisario, recuperaría por breve tiempo el Imperio de Occidente, pero asolando las poblaciones occidentales; los eslavos invadieron los Balcanes (577).

      Finalmente, en el 600, se detuvieron las invasiones bárbaras: se había estabilizado la situación política en Occidente, comenzó un período de estasis, del que se saldría, en Oriente, por las invasiones persas (Bizancio perdería Damasco y Jerusalén, pero finalmente ganaría la guerra), y en Arabia, Asia Menor, Africa del Norte y España por la conquista árabe.

      A pesar de las convulsiones de esta época, hubo una imponente obra de evangelización de los nuevos pueblos bárbaros, tanto por parte de la Iglesia Oriental como de la Occidental. La Iglesia Oriental evangelizó Nubia (542) y del 570 al 650 el Oriente, llegando hasta China en el 635. La Iglesia Occidental convirtió a la fe católica a los invasores (los francos en el 496, los visigodos en el 587, los lombardos el 589) y envió monjes misioneros a evangelizar Irlanda (Patricio en el 432), Britania (los primeros monasterios entre los celtas son del 480), Escocia (Columba, 563-597, desde la Iglesia de Iona), Galia (misión de Columbano a los Vosgos -y luego a Suiza e Italia, fundando el monasterio de Bobbio- del 550 al 615), evangelización de Inglaterra (587, Agustín que será llamado "de Cantorbery"): en el 664 toda Inglaterra se adhirió al catolicismo romano (sínodo de Whitby).

      A la muerte de Gregorio y en los años inmediatamente siguientes, la Iglesia Occidental alcanzó la estructura que mantuvo hasta la Reforma: absolutismo papal, obispado monárquico, separación entre fieles y clero, organización monacal, todo sustentado sobre el patrimonio de Pedro, que hizo del Papa un muy importante señor feudal, tanto que la Iglesia tuvo supremacía indiscutida sobre los poderes civiles de la época. Igualmente los obispos y abades dentro de los respectivos territorios, fueron señores feudales principales, ante quienes el poder civil no podía prevalecer. La Iglesia Romana, de iglesia imperial ha pasado a ser Imperio; no así la Oriental, que continuó, como desde sus inicios, sujeta al poder civil, en razón que éste no se debilitó en Bizancio. Pero tanto una como la otra no fueron ya una comunidad de fieles que alaban al Señor y que conviven en caridad y tolerancia con los demás hombres, sino un ordenado rebaño de pecadores, recluidos en un reformatorio en que son disciplinados por guardianes, incluso con recurso a la violencia física, para que se comporten conforme a un ideal codificado: una religión en fin de cuentas muy del mundo, porque el mundo, supuestamente, era conforme al ideal cristiano.

      La Iglesia cristiana, finalmente, se encontró, en Occidente, muy cerca del ideal teocrático... pero a cambio perdió la libertad paulina.

Sinopsis de las vicisitudes de la cristiandad (260-606) [<>] [\/] [/\]

Año Acontecimientos
260 Tolerancia religiosa (edicto de Galieno)
270 Muerte de Plotino
270 Plaga. Antonio el eremita se establece en el desierto
275 "Contra los Cristianos" de Porfirio. Amenazas de persecución
277 Martirio de Mani
298-302 Los cristianos son proscritos del ejército
303 La gran persecución
305 Se suspende la persecución. Muerte de Porfirio
306-312 Tolerancia en Roma y Africa
306-310 Maximino reinicia la persecución en Oriente
306 Persecución en Oriente
311 Edicto de Tolerancia. "Historia Eclesiástica", primera edición, de Eusebio de Cesárea. Maximino continúa la persecusión, especialmente en Egipto Cisma donatista
312 Constantino vence a Majencio
313 Edicto de Milán de tolerancia universal
318 Comienza la controversia arriana
321 Persecución de Licino. Tolerancia a los donatistas
324 "Historia Eclesiástica", segunda edición, de Eusebio de Cesárea
328-373 Atanasio, Obispo de Alejandría
330 Florecimiento del monasticismo en Egipto
333 Se prohiben las obras de Porfirio
335 La Tetrarquía
337-340 Persecución en Persia
337 Muere Constantino, es bautizado en el lecho de muerte
342 Prohibición de sacrificios paganos
346 Muerte de Pacomio
355 Muerte de Teodosio. Agustín obispo de Hipona
356 Reliquias de San Andrés y San Lucas llevadas a Constantinopla
356 A los 105 años muere Antonio el eremita. Se penan con la muerte los cultos paganos
360 Dedicación de Hagia Sophia
362 Julián restaura el paganismo
366-384 Dámaso papa
371 Dámaso papa acusado de homicidio, es exonerado por el Emperador
373 Ambrosio Obispo de Milán. Muerte de Atanasio
374-377 Jerónimo anacoreta en Calcis
378 El emperador Graciano rehúsa el título de "Pontifex Maximus"
383 Jerónimo inicia la traducción de la Biblia al latín
384 Jerónimo parte a Palestina. Agustín llega a Milán
385-420 Jerónimo monje en Belén
385-407 Juan Crisóstomo floruit
386 Agustín vuelve a la fe católica
386-387 "Confesiones" de Agustín de Hipona
387-401 Controversia origenista
390 Masacre de Tesalónica, Ambrosio obliga al Emperador Teodosio a hacer penitencia pública
391 Se prohíben los sacrificios paganos
392 Leyes contra paganos y herejes
397 Muerte de Ambrosio de Milán
406 Los vándalos invaden Galia
409-410 Los romanos abandonan Britania
410 Alarico se apodera de Roma
411-426 "La Ciudad de Dios" de Agustín de Hipona
412 Condenatoria y proscripción de los donatistas
415 Se proscribe a los paganos de la milicia y los puestos públicos
415-430 Escritos antipelagianos de Agustín
418 Los visigodos se establecen en Galia
418 El Emperador proscribe el pelagianismo
429 Los vándalos invaden Africa del Norte
430 Muerte de Agustín de Hipona
431 Concilio I de Éfeso: condenación de Nestorio
431 Hipona cae en manos de los vándalos
432 Misión de Patricio en Irlanda
433 Fórmula de reunión (Roma-Bizancio)
438 Se publica el "Codex Theodosianum"
442 Tratado de paz entre Roma y los vándalos
445 Papado autoritario en Occidente
446-451 Controversia cristológica
447 Los hunos amenazan el Imperio de Oriente
451 Concilio de Calcedonia. Constantinopla ratificada como patriarcado en igualdad jerárquica con Roma (canon 28).
451-452 Rebeliones anticalcedónicas en Alejandría y Jerusalén
452 León papa, repudia el Cánon 28 del Concilio de Calcedonia
455 Genserico conquista Roma
469 Confusión en Antioquía, rebeliones anticalcedónicas
476-493 Odoacro Rey de Italia
476 Rómulo Augústulo es depuesto, no se elige ningún emperador para sustituirlo. Fin del Imperio Romano de Occidente.
480 Comienzos del monasticismo en Britania céltica. Nacen Boecio y Benito de Nurcia
484-519 Cisma acaciano
496 Bautismo de Clodoveo, fundador del reino de los francos, queda vencido políticamente el arrianismo
496-498 Constantino II intenta acabar con el cisma acaciano
498-506 Cisma laurenciano
510-523 Boecio floruit
512-530 Los monofisitas son perseguidos en Antioquía y en el Este
517 El emperador clausura la Academia de Alejandría
519 Justino I termina con el cisma acaciano
523 Boecio es ejecutado
524 Cisma julianista
527-565 Justiniano emperador
527-530 Justiniano promulga leyes antiheréticas
529 El Emperador clausura la Academia de Atenas
529 Benito de Nursia funda Monte Casino
530-532 Guerras pérsicas
533-534 Belisario reconquista Africa del Norte
534 Se publica el "Codex Justinianus"
535 Se restablece el catolicismo en Africa del Norte
536 Belisario invade Italia, captura Roma
536 Belisario conquista Ravena
537 Dedicación de Hagia Sophia
540-543 Controversia origenista
542 Julián como misionero (iglesia oriental) a Nubia
542-560 La iglesia monofisita se establece en todo el imperio bizantino
542 Comienzo de la plaga, que aniquilará la mitad de la población europea y durará 50 años
546 Totila captura Roma
547 Muere Benito de Nursia. Belisario recaptura Roma
547 El papa Vigilio visita Constantinopla
550-615 Misión de Columbano
550-570 Herejia triteísta entre los monofisitas
553 V Concilio Ecuménico, 3 capítulos condenados por el Papa. Justiniano reconquista la mayor parte de Andalucía
554-590 Cismas contrarios al V Concilio, en el norte de Italia
557-561 Se restablece la jerarquía monofisita en Antioquía
563 Columba arriba a Iona
567 Plaga en Italia
568 Los lombardos invaden Italia
570-650 Misiones nestorianas al Oriente (en el 635 llegan a China)
572-573 Los lombardos capturan Spoleto y Benevento
576-577 Establecimiento de una jerarquía copta en Alejandría
577 Comienzo de la invasión eslava a los Balcanes
579 Guerras persas
582 Recaredo, rey de los visigodos, se convierte al catolicismo
585 Leovigildo conquista España
587 Agustín (de Cantorbery) llega a Inglaterra, funda el monasterio de Kent y bautiza a Etelberto de Kent
587 Los visigodos de España se convierten al catolicismo.
589 Los lombardos se convierten al catolicismo
590-615 Columbano floruit
590 Columbano deja Irlanda con 12 monjes para ir en misión a los Vosgos. Plaga en Roma. Gregorio de Tours hace la primera referencia a uso de vitrales en las iglesias
594 Fin de la plaga (murió la mitad de la población de Europa)
597 Gregorio I (Magno) envía misioneros a evangelizar a los anglosajones
598 Se establece la escuela de Cantorbery
600 Se detienen las invasiones bárbaras en Europa oriental. Isidoro de Sevilla colecciona escritos clásicos.
600 Proveniente de la India, vía China y Asia Menor, cunde la plaga en el Sur de Europa
600 En Italia cesa la circulacion monetaria y se recede al canje. "Antiphonar" de Gregorio y fundacion de la "Schola Cantorum" en Roma y Canto Gregoriano en Roma
601 Se construye la primera "minster" de York. Guerra entre Bizancio y los ávaros
602-610 Los persas invaden el Imperio Bizantino
603 El heredero al trono lombardo es bautizado catolico. Se construye la iglesia de San Pablo en Londres y la de San Andrés en Rochester
604 Muere Gregorio I (Magno), papa. Se usan por primera vez campanas en las iglesias (Roma)
606 Catedral de Santa Sofía de Ariès


Notas de pie de página [<>] [\/] [/\]

[*] El presente artículo es el segundo sobre el tema de la historia de la cristiandad que publica Acta Académica, los otros han aparecido en lo números siguientes:
  1. La Iglesia Primitiva. De la libertad cristiana al obispado monárquico. De Pablo a Orígenes y Cipriano [50 al 250]. Acta Académica, Octubre 1989 - Mayo 1990, pp.19 a 29.
  2. Del Edicto de Milán al Cisma de Occidente, Parte I: La Iglesia Triunfante. Del Edicto de Milán a Gregorio Magno. Acta Académica, Mayo de 1991, pp.15 a 28.
  3. Del Edicto de Milán al Cisma de Occidente, Parte II: La Teocracia De San Agustín a Carlomagno y San Anselmo de Cantorbery. Acta Académica, Octubre de 1991, pp.11 a 22.
  4. La edad del totalitarismo religioso. De Gregorio VII a Erasmo de Rotterdam. Acta Académica, Noviembre de 1993, pp.15 a 34.
  5. La Reforma. De Lutero (1517) a la Paz de Augsburgo (1555). Acta Académica, Mayo de 1994, pp.20 a 39.
  6. La Contrarreforma. Del Concilio de Trento (1563) a la Paz de Westfalia (1648). Acta Académica, Noviembre de 1994, pp.9 a 24.
  7. Difusión Universal del Cristianismo, Parte I. De Jansenio (1650) a Pío VII (1823). De la Paz de Westfalia (1648) al Congreso de Viena (1815). Acta Académica, Noviembre de 1995, pp.7 a 26.
  8. Difusión Universal del Cristianismo, Parte II. De religión redentora a cosmovisión triunfalista. Del Congreso de Viena (1815) al I Concilio Vaticano (1870). Acta Académica, Mayo de 1998, pp.101 a 108.
  9. La Cristiandad en el Mundo Actual. Del Concilio Vaticano I (1879) al Concilio Vaticano II (1962­5). De León XIII a Miguel Gorbachov. Acta Académica, Noviembre de 1998, pp.129 a 139.
  10. EPILOGO. Acta Académica, Mayo de 1999, pp.197 a 206.
El autor agradece cualquier comentario que los lectores deseen presentarle, los que pueden ser enviados a:
Alberto Di Mare, Apartado Postal 4249, 1000, San José, Costa Rica,
por correo electrónico a alberto@di-mare.com o al fax (506) 438-0139.



[a] La patrística es la fuente principal de la teología cristiana, está compuesta por los escritos anteriores al siglo VIII (diversos del Nuevo Testamento) de escritores, casi todos teólogos, que asistieron y fueron escuchados como autoridades en los concilios: según algunos estudiosos sólo los escritores ortodoxos formarían la patrística y según otros, opinión que seguiré, también los heterodoxos, cuyos nombres indicaré en mayúsculas, para evitar confusiones.
[1] Quadrato de Atenas (c.125), Aristo de Pela (¿Aristión, contemporáneo de Juan?, floruit 100-135), Apolinar de Hierápolis (floruit 170-80), Aristos, Justino Mártir (+163 ó 167), Atenágoras (floruit 176-180), Teófilo de Antioquía (cerca del 180), Clemente de Alejandría (150-215, autor de las "Stromata", excluido del santoral por Sixto V), Ireneo de Lyon (originario de Asia Menor y nombrado obispo de Lyon, +202), Tertuliano e Hipólito (cerca del 205).
[2] Clemente de Alejandrí a (cfr. nota[1]), ORIGENES (griego, 185-284), Teognostos (floruit 250-280), Pierius (floruit 280-300), Dionisio de Alejandría (200-265), Gregorio Taumaturgo (213-270), Metodio de Olimpo (+311).
[3] ARRIO (Obispo de Alejandría, 250-336), EUSEBIO DE NICOMEDIA (+342), Atanasio (293-373), Eustaquio de Antioquía (+337), Marcelo de Ancyra (cerca del 330), Eusebio de Cesárea (263-339), Cirilo de Jerusalén (315-386).
[4] NESTORIO (+451), Cirilo de Alejandría (375-444), EUTIQUES (378-451).
[5] Basilio el Grande (329-379) obispo de Cesárea y fundador del cenobismo oriental, Gregorio Nacianceno (329-389), Gregorio de Nysa (+394), Epifanio de Salamina (315-403), Pacomio (292-346, fundador del monasticismo egipcio).
[6] Luciano de Antioquía (+312), Eustaquio (cfr. nota[3]), Diódoro de Tarso (floruit 375-90), Teodoro de Mopsuestia (+428), Juan Crisóstomo (347-407), Teodoreto de Cyrrhus (393-458).
[7] Efrén el Sirio (306-373), Ibas de Édesa (435-58), Rabbula, Narses.
[8] Teodoreto de Cyrrhus (393-458).
[9] Juan Casiano (360-435), Cirilo de Alejandrí a (cfr. nota[4]), el Papa (del 440 al 461) León Magno.
[10] NESTORIO (Patriarca de Constantinopla del 428 al 431) y el archimandrita EUTIQUES (cfr. nota[4]).
[11] Leoncio de Bizancio (cerca de 543), ¿pseudo Dionisio el Areopagita?, Romanos Melodos, Máximo el Confesor (griego, 580-660) y Juan Damasceno (S VIII).
[12] Tertuliano (160-220), NOVACIANO (floruit 250), CIPRIANO DE CARTAGO (200-258), Victorino de Pettau (Austria, +304), Arnobio de Sicca (floruit 290-303) y Lactancio (floruit 290-320).
[13] Julius Firmicus Maternus, Optatus de Milevis (fines S III), Victorino, Hilario de Poitiers (315-367), Ambrosio de Milán (339-397), Jerónimo (+419 ó 420), Prudencio (348-405), Paulino de Nola (353-431), Agustín de Hipona (354-430), PELAGIO (+418), Juan Casiano (cfr. nota[9]), Boecio (470-534), Casiodoro (490-585), Venancio Fortunato (536-600) y Gregorio Magno (Papa del 590 al 604).


Referencias [<>] [\/] [/\]

Christianity
The New Encyclopaedia Britannica, vol. 16.,The University of Chicago, XV edición 1986. ISBN 0-85229-434-4.
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Denzinger, Enrique
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Eliade, Mircea
A History of Religious Ideas, vol. II: From Gautama Budddhato the Triumph of Christianity, The University of Chicago Press,1984. ISBN 0-226-20403-0. Dewey 291.
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Dictionary of Philosophy and Religion (Easternand Western Thought), Humanity Press Inc., 1980, ISBN  0-85527-147-7 (The Harvester Press, Ltd.). Dewey 103.


Indice [<>] [\/] [/\]

[-] Introducción
[-] De religión tolerada a religióno ficial
[-] Las persecuciones
[-] La reforma diocleciana
[-] EL EDICTO DE MILAN:
La Iglesia en tiempos de Constantino
[-] Diversas Escuelas Teológicas Cristianas
[-] La divinización de Cristo
[-] Dámaso y Jerónimo
[-] Ambrosio de Milán
[-] El debate Cristológico:
cuál sea la naturaleza de Cristo
[-] Agustín de Hipona
[-] El cristianismo como religion oriental
[-] Gregorio I, Magno (540-604)
[-] Sinopsis de las vicisitudes de la cristiandad (260-606)

Notas de pie de página
Referencias
Indice
Acerca del autor
Acerca de este documento
[/\] Principio [<>] Indice [\/] Final


Acerca del autor [<>] [\/] [/\]

Alberto Di Mare: Cofundador, ex-Canciller, Cuestor, Director Ejecutivo, Benefactor, Doctor Honoris Causa y Catedrático de la Universidad Autónoma de Centro América (UACA), Maestrescuela del Stvdivm Generale Costarricense de esa Universidad, antiguo profesor de la Universidad de Costa Rica. Ministro de Planificación (1966-1968), Director del Banco Central de Costa Rica (1968-1970). Ex-Presidente de la Asociación Nacional de Fomento Económico (ANFE) y de la Academia de Centro América. Miembro de la Sociedad Montpèlerin.

[mailto] Alberto Di Mare <alberto@di-mare.com>


Acerca de este documento [<>] [\/] [/\]

Referencia: Di Mare, Alberto: Una crónica de la cristiandad - LA IGLESIA TRIUNFANTE Parte I: Del Edicto de Milán al Cisma de Occidente, Revista Acta Académica, Universidad Autónoma de Centro América, Número 8, pp [15­28], ISSN 1017­7507, Mayo 1991.
Internet: http://www.di-mare.com/alberto/acta/1991may/adimare.htm
Autor: Alberto Di Mare <alberto@di-mare.com>
Contacto: Apdo 4249-1000, San José Costa Rica
Tel: (506) 234-0701       Fax: (506) 438-0139
Revisión: UACA, Enero 1998
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