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Revista
Acta Académica


Universidad Autónoma de Centro América 

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Una cronología de la cristiandad[*]

LA IGLESIA PRIMITIVA

De la libertad cristiana al obispado monárquico
De Pablo a Orígenes y Cipriano (50 al 250)

Alberto Di Mare

Propósito [<>] [\/] [/\]

      El ideal cristiano, antes del siglo XIX, fue vivido por muy pocos, pero en los últimos dos siglos puede decirse de la religión cristiana, como vida vivida por grandes mayorías populares, que ha llevado a muchedumbres la viviencia cristiana, como lo plantea Feuerbach:
      "Cristo es la omnipotencia de la subjetividad, es el corazón que se ha liberado de todos los vínculos y las leyes de la naturaleza, el sentimiento que se ha concentrado tan sólo en sí mismo excluyendo de sí al mundo, es la satisfacción de todos los deseos, la ascensión al cielo de la fantasía, la Pascua de Resurrección del corazón... En el cristianismo el hombre se concentró únicamente en sí mismo, se sustrajo a la concatenación del universo, no se consideró más una parte, sino un todo autosuficiente, un ser absoluto, externo y superior al mundo... se sintió un ser infinito... y perdió razón de ser la duda sobre la verdad y la validez de sus deseos y sentimientos subjetivos." (L'Essenza del Cristianesimo, Universale Economica Feltrinelli, Milán, 1980, p. 164).

      Nuestra época es lo que es, gracias a este humanismo cristiano, antes ajeno a los más de los creyentes, excepto en las primeras comunidades que vivían a la expectativa de la parusía en su propio tiempo; aparte de esas dos épocas, la inicial y hoy, el desarrollo de la religión cristiana ha sido ajena al mensaje de libertad y supremacía del espíritu del hombre, y eso me propongo mostrar, con este ensayo y otros posteriores: cómo vivían los cristianos su fe y cómo influían en la sociedad en que vivían.

      No pretendo analizar si esta religión es verdadera o falsa, beneficiosa o perjudicial, no es mi intención enjuiciar a la religión cristiana, sino sólo poner de manifiesto que el cristianismo actual es distinto del tradicional, y que, gracias a las actuales circunstancias, ha llegado a ser, en vez de ideal particular de vida al alcance sólo de almas escogidas, una forma social de comportamiento, adecuado al alto vuelo del espíritu y del sentimiento a que llama, un vuelo de libertad y de certidumbre, que no pudo alcanzar antes.

      No es posible concluir objetivamente si será una religión verdadera y provechosa, pero sí que el cristianismo está, no obstante las voces contrarias, en su momento de mayor auge, muy lejos de extinguirse o de ser extraño al mundo; hoy es vida auténticamente vivida por muchos, por colectividades conscientes y no sólo pretensión, pretexto, para respaldar políticas que nada tenían que ver con él, como fue otrora.

Comienzos del Cristianismo [<>] [\/] [/\]

      Para aquellos lectores que prefieren la conclusión al inicio, debo resumir diciendo que, del 50 al 250, el cristianismo logra consolidarse y convertir se en en una religión respetable, aceptable en principio para el mundo pagano, -en lugar de una superstición propia de esclavos, ignorante s y crédulos-, gracias su permanencia secular, a la creación de una burocracia eclesiástica (el obispo monarca) y de una dogmática precisa, racionalmente respaldada. Pero todavía, a aquellas alturas, no había logrado un predominio sobre la sociedad: ni su ética, ni su filosofía regían el mundo pagano.

      No pretendo hacer una teología del cristianismo, ni de su fundador y seguidores, sino analizar cómo llegó a ser una religión relevante para grupos importantes de la población. Qué consecuencias tuvo sobre el comportamiento social y la vida, en general, de las comunidades en que se dió el fenómeno cristiano en las diversas épocas; pero tratándose de una religión no es posible dejar de lado cuestiones teológicas: la visión de Dios y del hombre peculiares de la religión cristiana, es asunto insoslayable.

      Es característica del cristianismo ser una religión histórica, con lo que quiero decir, quizás impropiamente, que supone que determinados hechos hayan acaecido efectivamente: la vida de Jesús, su predicación, su muerte expiatoria y, sobre todo, su resurrección y que hayan sucedido en una época y lugar determinados; no es el cristianismo, como otras religiones, sólo una concepción de la divinidad y de nuestra relación con ella, sino un acaecimiento concreto: si Mahoma, Buda o Moisés no hubieran existido, ningún perjuicio se seguiría para sus religiones, pero si Cristo no fuera un ser histórico, el Cristianismo dejaría de ser lo que es, pues la realidad de Jesús es la esencia misma del cristianismo.

      No vale la pena profundizar en la acogida que el cristianismo tuvo en su cuna, en Israel, pues, por la sabiduría propia de quien contempla los acontecimientos desde el futuro ("hindsight"), sabemos que, socialmente, esto carecería de importancia, ya que el judaísmo, en el 70, cuando los romanos aniquilaron la nación y el templo de Israel, dejó de ser una religión nacional y, desde el punto de vista cristiano, el Antiguo Testamento, la Ley, perdió su razón de ser, su validez, y comenzó el imperio de una nueva alianza, un Nuevo Testamento, (en griego alianza, convenio, pacto y testamento se significan con la misma palabra).

      En cuanto a la religión pagana, por lo menos entre las clases cultas, era, en tiempos de Jesús, fundamentalmente monoteísta, a pesar de sus dioses, entendidas como divinidades secundarias, muchas de ellas héroes o jerarcas divinizados. Pero esta divinización nunca era la propia de Dios, concebido por el paganismo como un motor inmóvil, trascendente, separado del mundo, que podía ser adorado sólo en espíritu. El mundo era gobernado por fuerzas naturales: sobre el acaecer concreto los dioses tenían injerencia, por lo que cabía conjurarlos ritualmente, mediante la religión, que era más una tecnología y una costumbre social, que una verdad revelada. Un ligamen de los hombres, un socar amarras (re-ligatio), un culto ciudadano, más que la contemplación de la divinidad. Lo que hoy llamamos religión, ellos lo llamaron filosofía y su religión eran más bien actos de culto, para propiciar las fuerzas naturales y lograr la prosperidad pública y privada.

      No sabemos cómo era vivida, ni cómo era concebida, esta religión por la población. Igual ignorancia tendremos al estudiar la religión cristiana, pues de los hechos históricos de la antigüedad, disponemos de escasas evidencias, sobre todo si se trata de escudriñar la vida cotidiana de la población. Consecuentemente nos basamos, y ciertamente habremos de equivocarnos a fondo, sobre unas pocas fuentes cultas, supervivencias literarias escasísimas, todavía más escasas en el caso de los cristianos, pues escribieron sobre papiro, material de corta vida y que obliga a continuas transcripciones en que, para los textos sobrevivientes, se incurren en errores de copiado y en añadiduras que cambian el sentido; muchos de los escritos paganos desaparecieron, y todavía peor les fué a los de los cristianos heterodoxos, cuando la religión cristiana se oficializó (en el siglo IV) y se dedicó, con ahínco digno de mejor causa, a quemar los escritos contestatarios.

      La iglesia cristiana judía, por su parte, como secta judía, hierosolimitana, estuvo ligada al Templo y a los sacrificios animales que en él se llevaban a cabo, de lo que se separó gracias a la influencia de la diáspora judía, cuya interpretación de la Ley no era nacionalista y ritual y que, -lo más importante para la difusión del cristianismo-, poseía un espíritu proselitista, apóstoles de una religión ecuménica, en lugar del provincialismo israelita.

      Al inicio de la era cristiana, la diáspora era numerosa, con unos cuatro y medio millones de judíos repartidos por el mundo mediterráneo (los judíos en Israel serían, a lo sumo, un millón): en Egipto, por ejemplo, uno de cada siete habitantes era judío. Estas comunidades gozaban de prestigio y de libertad religiosa, y es en ellas donde prenderá, inicialmente, el evangelio, por obra, en primer lugar, de Pablo.

      Pablo es la fuente histórica más cercana a Jesús de que disponemos, pues sus epístolas, -excluidas las pastorales y la Epístola a los Hebreos-, son auténticas, están libres de interpolaciones y presentan el testimonio de alguien que, aunque no tuvo contacto directo con Jesús, pues se convirtió al cristianismo en el año 38, apenas escasos 5 años después de la muerte del Maestro, pero posee un conocimiento de la vida y hechos del Ungido y de las comunidades cristianas primitivas de primera mano; podemos considerar su testimonio como una fuente histórica primaria, lo que no sucede con los demás escritos del Nuevo Testamento, que son del año 60 al 80 los más antiguos, tienen forma menos testimonial, por ser más bien manuales de predicación y memorias, hasta cierto punto estereotipadas, de la vida del Señor, las que, además, no conocemos en su redacción original, sino en una segunda o quizás tercera edición.

      Las fuentes no paulinas tienen otras debilidades, pues han sido escritas por gente poco letrada, -en tanto que Pablo lo era, y mucho-, cuya escasa cultura quizás les impidiera ser receptores adecuados del mensaje cristiano, nada simple; debieron, entonces, recurrir a una anecdótica, a una relación de hechos y circunstancias, resultando una religión basada en la repetición de diálogos, algunos probablemente inventados con gran libertad, donde la conceptualización y la reflexión religiosa faltan; son, pues, los documentos de una religión seminal, no una explicación ni una reflexión sobre el mensaje cristiano. A Pablo nada de esto se le puede objetar, pues él se ha propuesto lo contrario, con capacidad y rigurosamente, a saber, estructurar una religión en que el creyente se libere del formalismo de la Ley, es decir de Israel y del Templo, una religión abierta a todos los hombres, ecuménica en lugar de provincial, cuyo mensaje fundamental es la victoria de Jesús sobre la muerte, su resurrección, respaldo de su misión redentora del pecado del hombre, para purificar lo por la fe de la sujeción a normas exteriores, para lograr una vida en el espíritu, libre de las ataduras a la letra de la Ley, que lo mata.

      No es claro si para Pablo el Cristo era Dios, en el sentido con que lo divinizará la Iglesia en el siglo tercero, pues si lo creyera consubstancial con Dios, se hace difícil entender por qué afirmaría: "constituido Hijo de Dios con poder, según el Espíritu de santidad, por su resurrección de entre los muertos, Jesucristo Señor nuestro" (Romanos,I,4), pero sí es evidente que lo concibió como un mediador universal, indispensable, enviado y ungido por Dios para ese propósito redentor (cfr., Grant, p. 102 y capítulo sexto).

      Pablo nació en una familia judía conservadora, del norte del lago de Genesaret, fariseos desde sus bisabuelos, culto, sabedor de varias lenguas: hebreo, arameo, griego (koiné) de la Septuaginta. Ciudadano romano, pero pilar de su congregación judía en Tarso, la Atenas del Asia Menor, ciudad universitaria y centro comercial importante, en que se practicaban cultos de toda clase, un punto focal de sincretismo religioso. Es el primer cristiano que repudia la Ley,... ¡ni Cristo había llegado a tanto! A Pablo debemos también la traducción del mensaje cristiano a conceptos helenistas, con lo que amplía el sentido mesiánico, típicamente judaico, del cristianismo palestino y lo transforma en un mensaje de salvación universal; se desentiende de las circunstancias de la crucifixión y la presenta como un acto de significación cósmica en que actúa la misma divinidad, Cristo, de hecho histórico, que es el mensaje de la iglesia cristiana hierosolimitana, se convierte en un salvador universal; la divinización de Cristo se destaca en el mensaje paulino, aunque, repito, es dudoso que lo creyera idéntico con Dios, como en la posterior elaboración de la religión cristiana.

      Los conceptos que en la predicación de Jesús estuvieron implícitos y ocultos son explicitados y desarrollados por la teología paulina, para lo cual los helenizó, y al hacerlo logró poner el monoteísmo radical de los judíos al alcance del mundo mediterráneo; aunque el pagano educado era monoteísta por sus estudios filosóficos, no lo eran las multitudes, a las que la religión cristiana convirtió al monoteísmo de la religión judaica, comprensible para ellos gracias a su vestidura paulina.

      En Pablo el mensaje cristiano no era judío, por lo que los cristianos judaizantes gozaron de mayor apoyo en las comunidades judías de la diáspora, a pesar de su helenización, que existía, pero no tan radical como en Pablo; los otros apóstoles tenían mejores credenciales que Pablo y como consecuencia su mensaje fue perdiendo terreno en las comunidades cristianas, situación que cambió cuando en las iglesias cristianas comenzaron a predominar los gentiles conversos: entonces fue la concepción paulina la que prevaleció, ayudada, como ya dije, por un accidente histórico (la destrucción del Templo y de Israel en el año 70). La Ley y los profetas quedaron abolidos por el estado romano, y el Dios de Israel, sin templo ni territorio, pasó a ser un Dios universal, tanto para judíos como para cristianos. La Ley perdió agarre, desarraigada de su habitat natural, en el que se nutría y tenía sentido, el cristianismo se desvinculó totalmente del judaísmo y se convirtió en una religión autónoma, en la cual no habrá un Mesías hebraico, sino un Salvador universal; perdió así toda connotación nacional o de pueblo elegido, diferenciándose radicalmente del judaísmo.

      Estas son especulaciones, sin más evidencia para sostenerlas, que la lectura de unas epístolas y unos evangelios; aparte eso tenemos poco, pues casi todo lo que conocemos de la Iglesia primitiva proviene de escritos del siglo cuarto, de Eusebio, obispo de Cesárea (Palestina). Por sus escritos Eusebio se revela como un historiador consciente, veraz y con acceso a fuentes hoy perdidas,... pero no imparcial. Como jerarca eclesiástico estaba interesado en mostrar que existió una iglesia cristiana, establecida por el mismo Jesús desde el inicio, investida con autoridad divina y con la plenitud de la doctrina; que los obispos eran descendientes de los apóstoles, y que de fuente tan alta les provenía la autoridad. Eusebio se proponía fortalecer el obispado monárquico, que en su tiempo acababa de lograr el reconocimiento y la alianza del Imperio: su historia es la apología de una ininterrumpida sucesión apostólica, y una fe cristiana inmaculada que sobrevive todos los embates de la herejía. Visión parcializada que, barruntamos, no corresponde, plena y convincentemente, a la realidad histórica; de más no disponemos.

Del 50 al 250 [<>] [\/] [/\]

      La primera etapa de la historia de la cristiandad, como fenómeno diverso de la predicación de Jesús, podemos fijarla desde la predicación de Pablo, alrededor del año 45, hasta el 250, en que la Iglesia se estructura alrededor del obispado monárquico. En este lapso se establece la diferencia entre apóstol, un obispo itinerante y sin diócesis, y obispo, un sucesor apostólico instalado, "insediado", en su diócesis; asimismo en este lapso desaparecen los caudillos carismáticos, sustituidos por una clerecía o burocracia eclesiástica, cuyos poderes se consolidan gracias a la doctrina de la penitencia (absolución de los pecados), la constitución monárquica de la Iglesia y el primado de Pedro; se establecen los libros canónicos, es decir los revelados, con lo cual también, para eliminar los carismas, se cierra la Revelación, la religión deja de ser un ligamen individual y espontáneo con la divinidad, (la libertad paulina), y se convierte en una fe a la que uno debe adherirse y confesarla, lo que se materializa en los credos (símbolos de la fe que el fiel debe profesar para recibir el bautismo), que se componen en este lapso.

      La Iglesia llegará a ser un monolito, persecutora de herejes; una institución cuya función es salvar al pecador, y no una asamblea de santos que esperan la venida de Cristo, la parusía, la cual ya no es esperada, como algo que sucederá en la vida de los cristianos, sino que se transforma en una promesa futura: mientras tanto deberá vivirse la vida como hombres, en el pecado, lo que hará una gran diferencia.

      A mediados del siglo III esta iglesia ya era una comunidad internacional con creencias uniformes y con un desarrollo sorprendente: por una carta del Obispo de Roma Cornelio I, dirigida a Fabio Obispo de Antioquía, del año 251, nos enteramos de que "(en Roma) hay 46 presbíteros, 7 diáconos, 7 subdiáconos, 42 acólitos, 52 entre exorcistas, lectores y ostiarios, y entre viudas y pobres más de 1.500" (Denzinger, 45, p. 19), viudas y pobres que eran mantenidos por la diócesis, pues, seguidores de la moralidad judaica, los cristianos se distinguieron desde el principio por su caridad con los pobres y los enfermos, algo que admiraba a los paganos.

      Veamos cómo llegó a tanto la iglesia cristiana.

      La comunidad original, la iglesia de Jerusalén, cayó en el nepotismo, correspondiendo la autoridad religiosa a los parientes de Jesús: cuanto más cercana la parentela, mayor la autoridad; la Iglesia corría hacia el califato, como sería el destino, seis centurias después, del Islam: pero los romanos, al destruir Templo y nación judía, lo impidieron.

      Por otra parte está Pablo, independiente y con su propia visión del cristianismo. La cristología paulina, que llegaría a ser la ortodoxia cristiana, se origina en la diáspora y fué predicada por un advenedizo que muchos, en la iglesia de Jerusalén, no reconocían como apóstol, pudo serlo porque desde sus inicios la iglesia cristiana estuvo profundamente dividida, tanto en cuestiones de fe como de moral y admitió caudillos carismáticos, quienes, conforme desarrollaron su acción misionera, alejados de Jerusalén, más divergieron, sin que hubiera manera alguna de disciplinarlos: Pablo no pudo ser controlado, y los "pilares" de la iglesia de Jerusalén no pudieron mantener su autoridad ni siquiera en la ciudad santa, donde volvieron al judaísmo.

      Gracias a Pablo, la iglesia logró una teología orgánica, coherente, pero ninguna burocracia que la respaldara, pues Pablo nunca creyó en la organización eclesiástica: no existían órganos disciplinarios, ni diferenciación entre laicos y clérigos (en las iglesias judeo-cristianas hubo presbíteros, pero no en las paulinas), ni oficios para administrar fondos eclesiásticos, etc., etc. Estas congregaciones, deben haber sido centros en que la visión religiosa varió grandemente, máxime dada la complejidad del mensaje cristiano, y por ello podemos conjeturar que la tónica en las comunidades cristianas, hasta que en el siglo III se logró la consolidación de la disciplina eclesiástica, sería la heterodoxia, cualquiera fuera la ortodoxia, situación contraria a la que Eusebio de Cesárea pretende hacernos creer.

      Es plausible que, si dispusiéramos de fuentes y evidencias suficientes, comprobaríamos que en el 50-100 la ortodoxia cristiana estaría posiblemente limitada a la fe en la resurrección de Cristo, en lo dogmático, en lo ritual a la práctica de la eucaristíca, instituida por Jesús, y al bautismo, al que Él se había sometido; y en la moral a la propia del judaísmo, con su gran énfasis en las obras de caridad y auxilio a los menesterosos.

      Desde las primeras décadas del siglo primero, comenzaron a proliferar tanto textos sagrados como doctrinas, sin que pudiera saberse cuáles eran ortodoxos y cuáles no. Esta multiplicidad será característica de la cristiandad en toda su historia, y la ortodoxia escogerá, dialécticamente, las doctrinas que asimilará. La herejía es así, hasta cierto punto, indispensable para la consolidación de la ortodoxia y por ello el magisterio de la iglesia es más de anatemas que de símbolos de la fe.

      Una de las primeras herejías será la de los gnósticos, movimiento religioso parasitario que se inserta en las religiones como un conocimiento, una gnosis, de elegidos, mediante doctrinas esotéricas sólo para la élite: profesa que lo material es producto del dios-mal y lo espiritual del dios-bien, en una concepción dualista de la creación. El gnosticismo, aunque muy influyente en los comienzos, no será importante en el desarrollo posterior de la cristiandad y prácticamente nada ha sobrevivido de él hasta nuestros días, excepto las creencias teosóficas.

      A inicios del siglo II el gnóstico Marción inicia la depuración de los libros sagrados; Marción fue seguidor de Pablo en su concepción del cristianismo como una religión optimista, dictada por el Dios-bien que ha abrogado la letra que mata, el Antiguo Testamento, para que impere el Nuevo Testamento de la libertad: así ha caducado el Antiguo Testamento, obra del demiurgo, del Dios de la Justicia (Dios de sangre lo llama Marción), que es Yaveh, y no del Dios auténtico, que es el del amor, autor de la Nueva Alianza. Este Dios-mal antiguo produjo los libros de la Antigua Alianza, ninguno de los cuales debe aceptar el cristiano, como tampoco aquellos que en tiempo de Marción eran considerados como libros de la Nueva Alianza, pero que estaban contaminados por las enseñanzas de Yaveh.

      Mediante métodos históricos y críticos similares a los empleados hoy para el análisis de las Escrituras, fijó lo auténtico y lo inaceptable en el Nuevo Testamento, que dejó reducido sólo a los testimonios, expurgados, de la teología paulina: 7 epístolas de Pablo, el evangelio de Lucas y los Hechos de los Apóstoles. Sus conclusiones no son lo importante, sino que, en reacción a su crítica escriturística, se fijarán los libros canónicos (Concilio de Roma, del año 382), acto con el que la Revelación quedará concluida y los carismas, de entonces en adelante sospechosos, adquirirán otro significado.

      La posición de Marción, en lo relativo a la bondad de la naturaleza humana y la consecuente libertad de los hijos de Dios, será contestada por el cartaginés Tertuliano (160-220), martillo de herejes y primer teólogo que escribe en latín (hasta entonces el griego era el idioma de la religión cristiana), quien presenta otra visión cristiana, donde la iglesia no es una congregación de santos, sino un reformatorio de pecadores, siendo insuficiente la alegre y libre entrega al Señor, sino que son indispensables castigos infernales para corregir la naturaleza extraviada de la humanidad: el hombre está esencialmente corrompido, existe un infierno para los que no siguen el mensaje cristiano, que es uno de santidad, para unos pocos, quienes han de vivir separados del mundo, incontaminados, sin aceptar nada de él y no deben ser soldados, ni desempeñar funciones públicas, ni enviar sus hijos a las escuelas paganas, ni realizar trabajos que tengan que ver con la religión pagana. Refuta también Tertuliano a otro hereje, Montano, que admite en plano de igualdad a las mujeres en las dignidades eclesiásticas, incluso como obispos, crítica que tuvo tanta acogida que determinará la "política antifeminista" de la cristiandad, por la que, desde entonces, se excluye a las mujeres de la clerecía. Tertuliano acabaría como montanista, y aunque es el mayor de los apologistas cristianos de la época, es considerado hereje por la Iglesia, lo que pone de manifiesto la indisciplinada variedad de la iglesia cristiana en el siglo II; al pasarse al montanismo abandonó su antifeminismo. Escribió tan bien, que su capacidad literaria lo salvó, y, a pesar de considerarlo hereje, continuó siendo citado por la Iglesia como apologista suyo.

      Podemos decir, -traduzco libremente-, que

      "Antes de la última mitad del tercer siglo es inexacto hablar de una doctrina cristiana imperante. Hasta donde podemos juzgar, hacia el final del primer siglo y virtualmente durante el segundo, la mayor parte de los cristianos creían en variaciones de cristianismo-gnóstico, o pertenecían a sectas de renacidos ("revivalists") agrupadas alrededor de carismáticos" (Johnson, p. 52).

      Cada iglesia había sido fundada por un apóstol y lo importante, inicialmente, aparte la fe en la resurrección, fué la genealogía, tomando la iglesia sus criterios de validación de los gnósticos: remontarse hasta el maestro de cuya fuente tomaban sus enseñanzas; Eusebio de Cesárea (263-339), como apunté más arriba, pretenderá que la legitimación de las diversas iglesias y de sus cabezas, los obispos, igualmente estaría dada por la sucesión apostólica, es decir por haber profesado ininterrumpidamente la fe ortodoxa, además de ser legítimo heredero de un cargo recibido originalmente de un Apóstol o de un obispo en comunión con una sede apostólica. La crítica contemporánea, al estudiar los linajes de la ortodoxia eusebiana, los encuentra contaminados de heterodoxia, en las iglesias de Siria, Egipto, Antioquía, Tesalónica, Asia Menor y Creta, por lo que su legitimación fué una racionalización, un pasar por codicilo lo que no cabía por testamento, una cohonestacción de las iglesias aceptables en su momento, pero no una comprobación histórica, de la ininterrumpida adhesión de ellas a la fe ortodoxa.

      El fenómeno nuevo, del que Eusebio es síntoma, consiste en que entre las iglesias cristianas había comenzado, ya desde fines del siglo II, un proceso de uniformidad y la emergencia de una ortodoxia, pues gracias a que ella existía es que Eusebio puede llevar a cabo su labor en el siglo IV. Esta ortodoxia alcanzará perfil preciso a princios del siglo III en Oriente y más adelante, en la misma centuria, en Occidente; la constituyen el canon de los libros sagrados, la doctrina sobre la fe y la moral, la potestad de perdonar los pecados cometidos después del bautismo, el establecimiento de una organización eclesiástica permanente, con una clerecía especializada en la función religiosa y la intercomunión de las iglesias.

      De haber continuado la proliferación de textos sagrados, jamás habría podido establecerse una ortodoxia y por eso dije antes que durante el primer siglo todos los cristianos eran heterodoxos, pues la ortodoxia no existía. Marción puso orden en esto, sólo que demasiado, y si se hubiera aceptado su opinión, habría reducido la cristiandad a la secta paulina, lanzando por la borda las tradiciones judaica y apostólica. Le corresponderá a Orígenes sentar las bases para declarar el canon de los libros sagrados, proclama con la cual se cerrará la Revelación y los clérigos y teólogos verán limitada su labor al análisis de una experiencia determinada, riquísima pero finita, evitándose una situación enteramente fluida, una perenne aparición de opiniones nuevas. Desde entonces, para opinar de religión habrá que hacerlo científicamente, lo que será posible sólo para la élite y la cristiandad, aunque mantendrá su exoterismo, es decir poseer sólo una doctrina al alcance de todos, en la práctica será esotérica, es decir una religión conocida sólo por la élite, los iniciados, la clerecía.

      Orígenes de Alejandría (185-264), hijo de un mártir, se consagra desde el 203 enteramente a la religión cristiana, que vive en forma extremadamente rigurosa y ascética, llega incluso a castrarse, según la tradición: él será el gran expurgador de textos cristianos y judíos, como lo atestigua su Hexapla, sinópsis de los textos hebreos y griegos del Antiguo Testamento. El es el creador de lo que podríamos llamar la teología bíblica, una ciencia que analiza cada pasaje escriturístico para hallar todos sus significados. Más todavía, es el primer pensador que fundamenta una cosmovisión cristiana del universo y la sociedad; a partir de Orígenes el cristianismo es una visión del universo y la Iglesia elaborará su propia filosofía y cosmovisión, independientemente. Orígenes fue un escritor riquísimo y por sus obras, su ciencia y su ejemplo, el antecesor de la filosofía medioeval occidental, del enciclopedismo cristiano de la alta edad media (por ejemplo, Isidoro de Sevilla, 560-636) y de las sumas teológicas escolásticas.

      Es el fundador de la crítica escriturística y la que efectuó fué imparcial, no como la de Marción; la Iglesia pudo, gracias a ella, expurgar los textos sagrados, separando el grano de la cizaña, pero evitando extremismos, con una política de centro, por así decir, que será la que determine el contenido de la ortodoxia. Formalmente el Concilio Romano (382) determinará el canon de la Sagrada Escritura que, en lo que hace al Nuevo Testamento, incluye los siguientes libros: Evangelios de Mateo, Marcos, Lucas y Juan; 14 epístolas de Pablo: Romanos, 2 a los Corintios, Efesios, 2 a los Tesaloniences, Gálatas, Filipenses, Colosenses, 2 a Timoteo, Tito, Filemón, Hebreos; el Apocalípsis de Juan; los Hechos de los Apóstoles; 2 epístolas de Pedro, una epístola de Santiago, una epístola de Juan Apóstol, 2 epístolas de otro Juan y una epístola de Judas (Denzinger, 84, p. 30).

      Orígenes teorizó también sobre la organización eclesiástica, pero el teórico de ella será Cipriano (la clerecía no apareció porque alguien hubiera tenido el designio de crearla, sino espontáneamente, por necesidad sociológica): en las comunidades paulinas, arrobadas por la inminente parusía, no había necesidad ni de organización, ni de la Ley, sino sólo la libertad de la buena nueva del Señor resucitado. Pero conforme la parusía, por decirlo de alguna manera, pasó de moda, cuando pasó la luna de miel cristiana, la cristiandad debió enfrentar las necesidades de vivir en el tiempo, en un tiempo que ya no era terminal ni caduco, y así, como comunidad que era, hubo de constituir pastores y guías, una organización eclesiástica y una clerecía, la cual sería posterior mente "pensada", convirtiéndola en una conceptualización teórica.

      La legitimación de la autoridad eclesiástica vino de la sucesión apostólica: que el puesto fuera heredado, aguas arriba, desde un Apóstol que hubiera nombrado al primer obispo de la sede. Los obispos, originalmente tuvieron sólo funciones espirituales, pero evolucionaron hasta llegar a ser el monarca de su iglesia. La iglesia madre, por estar fundada por todo el colegio apostólico, fue Jerusalén, presidida primero por Pedro y desde que él abandonó la ciudad, por el hermano de Jesús, Santiago (Jacobo); Roma, Alejandríca y Antioquía, fueron obispados con jurisdicción extradiocesana (patriarcados) por ser iglesias fundadas directamente por algún apóstol; Roma desde el siglo II ejerce alguna autoridad sobre Asia Menor y en el 256 el Papa Esteban, alegando la sucesión petrina y la preeminencia apostólica de Pedro, pretende una autoridad suprema para el Obispo de Roma; el Concilio de Sárdica (343-4) le reconocerá una instancia superior, pero no exclusiva, para conflictos entre obispos.

      El teorizador de la organización eclesiástica de obispos monarcas, será Cipriano (200-258), natural y obispo de Cartago, que padeció martirio bajo la persecución de Valeriano. De profesión jurista, la ejerció hasta el 246, cuando se convirtió al cristianismo y se entregó enteramente a la vida religiosa; dos años después fué electo obispo. A los dos meses de su elección comenzó la persecución de Decio; Cipriano abandonó a su grey y huyó: muchos cristianos apostataron en esta persecución, con diverso grado de apostasía, unos obtuvieron el certificado de que sacrificaban a los dioses (libellatici, fueron llamados) y otros realmente sacrificaron a los dioses (sacrificati). Cuando cesó la persecución, los confesores, es decir, los cristianos que se mantuvieron firmes en la fe, readmitieron a los apóstatas en la comunidad cristiana, lo que desató una polémica sobre las condiciones en que deberían admitirse. Cipriano regresa a su iglesia en el 250 y en el 251 el Concilio (secuménico o diocesano) de Cartago le devuelve el obispado. Dicho Concilio determina que a los libellatici se les puede readmitir después de un largo período de penitencia, pero a los sacrificati sólo en el lecho de muerte.

      Este es un momento estelar de la cristiandad, porque se acepta que los clérigos pueden perdonar los pecados cometidos después del bautismo, futura fuente primordial de poder eclesiástico, la cual, sin embargo, no será universalmente aceptada, como nos muestran dos ejemplos, uno el del poderoso apologista cristiano, Tertuliano, que se separa de la ortodoxia precisamente porque no acepta esta pretensión de que los clérigos puedan perdonar los pecados, y lo mismo el emperador Constantino quien deja su bautismo para el momento de la muerte, como tantos hacían en los primeros siglos de la cristiandad, pues creían que sólo el bautismo perdonaba los pecados cometidos.

      Cipriano también afirma que, para decirlo con frase de Agustín de Hipona, fuera de la Iglesia no hay salvación: todo en la Iglesia, y en ésta nada sin el obispo, monarca absoluto de cada comunidad; pero siendo la iglesia ecuménica, católica, una y universal, debe existir un vínculo entre las iglesias, una comunión. Diseña así una jerarquización total de la vida eclesiástica, con el obispo a la cabeza, donde todas las reglas de la conducta y visión religiosa son determinadas por la iglesia: "No puede tener a Dios por Padre, quien no tenga a la Iglesia por Madre" dice en su obra De la Unidad de la Iglesia Católica; esta iglesia está compuesta por la asamblea de los obispos, por el concilio, cada uno con igual y plena inspiración del Espíritu Santo, ningún obispo superior a otro, ninguno obispo de obispos; finalmente, el fiel no podía salvarse directamente, sino sólo a través de la iglesia, lo que lo sujetaba totalmente a la clerecía: el peor de los pecados era la rebelión contra las autoridades eclesiásticas. Al laicado se le debía permitir asistir a la elección de los obispos, pero ésta debería ser efectuada por los presbíteros y por los obispos vecinos.

      A estas alturas, la libertad que Pablo pretendía para todos los cristianos había pasado a ser privilegio exclusivo de los obispos. La Iglesia había adquirido así el perfil que, con ligeros retoques de centralismo romano y de césaro-papismo, caracterizará a la cristiandad desde el siglo III y hasta la Reforma.

      "La Iglesia sobrevivió, y constantemente penetró todos los estratos sociales en un área inmensa, porque evitó o absorbió las posiciones extremistas, mediante el compromiso, desarrollando un temperamento urbano y erigiendo estructuras de tipo secular para preservar su unidad y guiar su actuación. Hubo consecuentemente una pérdida de espiritualidad o, como Pablo habría dicho, de libertad, pero también una ganancia en estabilidad y fuerza colectiva. Al finalizar el tercer siglo, la Cristiandad estaba en capacidad de afrontar y vencer a la corporación más poderosa del mundo antiguo: el Imperio Romano" (Johnson, pag. 63)

Paganos y cristianos [<>] [\/] [/\]

      ¿Cuál era la opinión de los paganos respecto del cristianismo?

      La evidencia histórica sugiere que la intelectualidad pagana, no sólo sus grandes pensadores, poseían un conocimiento filosófico y tecnológico complejo y avanzado, mayor que el del milenio siguiente, pues ciudades, población y producción de riqueza similares a los que hubo en la civilización mediterránea, no volverán a lograrse, después de sucumbir la civilización pagana, sino hasta el 1250, cuando la población europea alcanza nuevamente los 70 millones de habitantes, como en el 200 (cfr., Clough y Rapp, p. 65) ¡Roma no recuperar á el tamaño que tuvo en el Imperio, sino hasta bien entrado el siglo XX!

      La concepción religiosa estuvo dominada por la filosófica, la que, entre los romanos al menos, era pragmática y conservadora, es decir, que aceptaba como verdad lo que diera buenos frutos, a posteriori, por su demostrada utilidad (pragmatismo), la cual era supuesta, salvo prueba en contrario, de las instituciones que permanecían (conservadurismo); no obstante, las experiencias debían analizarse racionalmente, conforme a lo que podríamos llamar el racionalismo griego, que había permeado la cultura romana.

      Para esta concepción de las clases educadas, el cristianismo resultó un escándalo, pues rechazaba el análisis racional, y se adhería a la verdad por el sentimiento (fideísmo), además carecía de antecedentes que lo validaran. No podemos tener idea de la opinión de la mayoría de la población pagana respecto de los cristianos, durante los primeros doscientos años de la iglesia (50 al 250), pues los testimonios de que disponemos son escasos; en los siglos siguientes encontramos, sobre todo entre autores cristianos, referencias sobre algunas congregaciones cristianas primitivas, pero se trata de escritos parcializados, generalmente difamatorios: de la ortodoxia contra la heterodoxia, a la que le atribuyen toda clase de perversidades; los paganos se ocuparon muy poco del fenómeno cristiano inicial, pues era una subcultura, grupo que está dentro, pero sin formar parte de la sociedad a que pertenece.

      El concepto de religión, por lo menos entre los romanos cultos, era el de una tecnología para que las fuerzas de la naturaleza trabajaran en provecho del devoto (muchos incluso practicaban la teúrgia, especie de magia religiosa), además de una dramatización, que lograba la cohesión social y unir criterios y voluntades, para alcanzar objetivos sociales. Las religiones ajenas a la propia, se consideraban supersticiones, las cuales eran aceptadas, respetadas y toleradas, si correspondían a la tradición de otro pueblo; por eso respetaban y toleraban la religión judía, aunque prohibiera el culto de los dioses romanos y del emperador, pues era la religión tradicional de los judíos. Su utilidad estaba validada por su permanencia, por su tradición: con el cristianismo no era así, pues no correspondía a la historia de ningún pueblo, sino que era una filosofía o una pura superstición, sin tradición ni pueblo que la respaldara.

      En cuanto filosofía, los paganos cultos rechazaban el cristianismo, por su concepción providencial, principio inaceptable para ellos. Todavía menos aceptables los milagros: que la divinidad pudiera hacer un milagro, era una contradicción en los términos, algo impensable para el pagano culto, puesto que Dios no podía contradecir sus propias leyes, a las que, por dimanar de su sabiduría, estaba él mismo sujeto; que pudiera interesarse en los asuntos de los hombres, como para inmolar a su hijo unigénito por ellos, se les antojaba, como filósofos, otra más de las tantas dramatizaciones de las religiones usuales, para manipular el mundo y la sociedad, pero indigna de la contemplación del Dios auténtico, motor inmóvil al que sólo podía adorarse en espíritu, admirando su obra, pero en manera alguna ligarnos o religarnos a él ni hacer que se inmiscuyera en nuestros asuntos, menos todavía participar nosotros, personalmente, de su vida.

      La superstición cristiana era, pues, para el pagano culto, grosera en extremo, pensamiento propio de gentes incultas, sin respaldo alguno tradicional y por lo tanto inútil socialmente. Por si esto fuera poco, los primeros cristianos, -que no estaban entrenados para razonar-, en lugar de convencer, pedían tener fe, es decir, renunciar a la razón y dejarse llevar sólo por el sentimiento, sin fundamento alguno.

      Al pagano le impresionaban las obras de caridad cristianas: la asistencia a los enfermos, los pobres y las viudas y el que dieran digna sepultura a los muertos. La difusión de la iglesia primitiva fue posible por obra del espíritu de amor de los cristianos, no por su doctrina filosófica.

      La primera opinión documental pagana sobre los cristianos es de Plinio el Joven (61-113), Gaius Plinius Caecilius Secundus, jurisconsulto, pretor y cónsul, quien dejó una colección de cartas privadas bellamente escritas, una de las cuales da algunas opiniones suyas sobre los cristianos del Ponto, una de las provincias puestas bajo su gobierno; está dirigida al emperador Trajano, informándole y pidiéndole consejo; tenemos también la respuesta del emperador, que Plinio el Joven publicó con su epistolario.

      Plinio, probablemente por acusaciones presentadas contra los cristianos, investigó sus cultos y, aunque esperaba encontrar evidencia de crímenes, no encontró que hubiesen cometido ninguno, sino que los ritos cristianos eran innocuos, y que la culpa cristiana habría sido, cuando mucho, reunirse regularmente a primeras horas, antes del amanecer, en un día fijo, cantar antífonas en honor de Cristo, como si fuera un dios, y conjurarse para llevar a cabo buenas obras y cumplir sus promesas; después de la ceremonia volvían a reunirse para celebrar un ágape en que consumían comidas innocuas: se trataba de un culto extranjero, de una superstición. No sabiendo qué hacer, pide consejo al emperador, y pone en acto algunas medidas, mientras llega la respuesta, la cuales, -lo inferimos de la respuesta-, quizás tenían precedente.

      Procedió a un juicio sumario (cognitio extra ordinem) y preguntó a los enjuiciados si eran cristianos, advirtiéndoles que de serlo serían ejecutados; la pregunta se repetía tres veces. Quienes decían serlo eran ejecutados, por el mero hecho de llamarse cristianos, que fue uno de los asuntos sometidos por el pretor al emperador: "(si) el mero nombre de Cristiano es punible, aunque sean inocentes de crimen, o si más bien son los crímenes asociados con el nombre" los que deben castigarse. Antes de recibir respuesta, procedió como si el crimen fuera profesar como cristiano. Pero, según escribió al emperador, el castigo no sería tanto por la profesión del nombre, sino por la "terquedad y obstinación", que equivaldrían a desafío, provocación e irrespeto a la magistratura romana, actos que no debían quedar impunes. En fin de cuentas, concluímos, se les castigó por obstinados (contumacia), sin parar mientes en si los ritos eran contrarios a la moral; también vislumbramos que la eucaristía era mal interpretada, quizás, como un rito canibalístico, pues en su carta al emperador, Plinio refiere que los cristianos no ingieren en sus ágapes comidas dañinas.

      De este episodio podemos concluir que, en los inicios del siglo II, es poco lo que un pagano culto, un pretor provincial, uno de los más altos empleados del servicio civil romano, conocía de los cristianos, pero que ellos eran malqueridos por la población, pues los acusaban, y también eran despreciados por la burocracia romana, por contumaces. Hubo algo más, porque como buen burócrata, puesto a juzgar, no tenía por qué confiar en quienes renegaran, para creerles, ¿cómo saber si decían la verdad los que decían ser paganos? El método seguido nos indica un cierto conocimiento, más a fondo, del modo de ser cristiano: se les pidió ofrendar a las estatuas de los dioses capitolinos, Júpiter, Juno y Minerva y a la del emperador, repitiendo una fórmula de invocación a los dioses, hacer una ofrenda de vino e incienso a la estatua de Trajano y ultrajar el nombre de Cristo.

      Al negarse los cristianos a adorar a los dioses y al emperador, ponían de manifiesto su ateísmo, por lo que merecían ser castigados. Este es un aspecto que debe enfatizarse, pues hoy en día nos parece inverosímil: los paganos, y en esto cabe suponer que tanto los cultos como el común de las gentes, ¡consideraban ateos a los cristianos!.

      A pesar de tanta intolerancia pagana, la respuesta del emperador Trajano fue ponderada:

      "No debe darse cacería a estas personas; si las llevan ante tu autoridad y el cargo les es probado, deben ser castigadas, pero cualquier a que niegue ser cristiano y lo pruebe orando a nuestros dioses, debe ser perdonado como resultado de su arrepentimiento, por mucho que haga dudar su conducta anterior. En ninguna acusación se deben considerar panfletos circulados en forma anónima" (Epístola, 10.97)

      La intolerancia religiosa del mundo grecorromano hacia el cristianismo derivaba de su propia religiosidad; posteriormente los cristianos, gracias a la "mala prensa" de Agustín de Hipona, cuyos escritos fueron el best seller absoluto durante por lo menos siete siglos en Occidente, lograron vestir de irreligiosidad al paganismo: gracias a los argumentos de su La Ciudad de Dios Contra los Paganos, los cristianos llegaron a creerse religiosos y supersticiosos a los paganos. Exactamen te lo mismo creían los paganos del siglo II respecto de los cristianos.

      Agustín presentó a la religión pagana como una mera ficción, para manipular la sociedad, como un "opio del pueblo", aunque no lo dijera con esas palabras, argumentando que los paganos cultos no creían los mitos de su religión. Este argumento prueba tanto que no prueba nada, pues nos llevaría a un absurdo sociológico, una sociedad sin religión.

      La religión es un producto natural de la cultura humana, es la tesis de Fustel de Coulanges en su La Ciudad Antigua y sus palabras son la mejor refutación a la falsa argumentación agustiniana, quien, pretendiendo probar la rectitud cristiana, falseaba la rectitud humana, por exceso de celo argumentativo. Mejor seguir a de Coulanges y comprobar que

      "Tendríamos una idea falseada de la naturaleza humana si creyéramos que la religión antigua era una impostura y, por así decirlo, una comedia. Montesquieu pretende que los romanos instituyeron sus devociones sólo para tener a raya al pueblo. Ninguna religión ha tenido jamás tal origen; y las religiones que han llegado a sostenerse sólo en motivos de utilidad pública, han tenido corta vida" (Wilken, p. 64)

      A inicios del siglo II tenemos algunos indicios, muy pocos, en frases de Tácito y Suetonio, que ilustran sobre el desdén a los cristianos, siempre en razón de la irreligiosidad cristiana y en la convicción de la profunda religiosidad pagana, más todavía romana, pues los romanos no sólo se consideraban religiosos, sino especialmente religiosos, más que los otros pueblos (véase a este respecto "La naturaleza de los dioses" de Cicerón). Esta religiosidad se conocía como pietas entre los romanos, eusebeia entre los griegos, y estaba ligada profundamente a la vida civil, en vez de rehuírla; los cristianos, llegada su hora, -cuando el cristianismo sea supremo-, también convertirán la religión cristiana en una religión cívica, tanto o más que la pagana; ya a mediados del siglo II, Justino mártir, un apologista cristiano, afirmará que los cristianos "cultivamos la piedad, la justicia, la filantropía, la fe y la esperanza ", pasaje digno de un Séneca.

      La religión grecorromana tenía dos pilares, la pietas y la providentia deorum, la primera era la religión tradicional, gracias a cuya observancia se lograba la benéfica intervención de los dioses para la prosperidad pública y privada. El pagano no hablaba de "creer en los dioses", sino de "tener dioses", se tenían dioses en la misma manera que se tenían leyes y costumbres... y por eso la pretensión cristiana de que esos dioses fueran falsos, era tanto como despreciar las leyes y costumbres, un acto sedicioso que los hacía "enemigos de la humanidad ".

      El pagano, en asuntos filosóficos acudía al razonamiento, pero en los religiosos a la tradición (de la que carecían los cristianos primitivos), a las prácticas establecidas, guardadas por los sacerdotes; el romano desconfiaba de las nuevas religiones, aunque las toleraba si eran de otros pueblos, así como toleraba leyes y costumbres ajenas, sin por ello estimar que valieran tanto como las romanas. Los cristianos eran contestarios de todo esto y naturalmente fueron vistos como hoy veríamos a quienes despreciaran nuestras costumbres, constitución, leyes, bandera e himno nacional, gentes que, sin fundamento alguno, eran desleales y desobedientes de las tradiciones, malos ciudadanos.

      Por si esta conducta incivil fuera poco, la burocracia imperial veía con desconfianza las asociaciones que, para mutuo auxilio, creaba doquiera la religión cristiana. El auxilio a los desamparados, viudas, enfermos, sepultura a los muertos, fue desde el inicio la tónica de la cultura cristiana, máxime que el cristianismo era una religión de proletarios, de los pobres, que en la iglesias encontraban una forma de asistencia pública, de que carecía la sociedad grecorromana. Pero estas instituciones eran sospechosas para el Imperio, porque toda asociación era una posible fuente de rebeldía, una organización que podía, llegada la ocasión, oponerse a las políticas imperiales, un pluripartidismo intolerable en el monolito imperial. Aunque no debemos exagerar y creer que el Imperio estuviera interesado en hostigar a los cristianos, muchas de las molestias cotidianas provenían del temor a que las iglesias fueran clubes políticos (hetaeriae). La desconfianza imperial hacia los organismos protopolíticos era tal que para fundarlos se requería autorización previa; los collegia (gremios y asociaciones económicas), las sociedades funerarias y las mismas sociedades religiosas, requerían de una "licencia" para constituirse, las cuales solían contener estipulaciones de esta tónica:

      "Se les permite reunirse y mantener una sociedad; quienes deseen efectuar contribuciones funerarias mensuales podrán pertenecer a dicha sociedad, pero sin que puedan reunirse más de una vez al mes para efectuar contribuciones y proveer funerales para los difuntos" (Wilken, p. 37).

      Quien de primero tomó en serio al cristianismo, como escuela filosófica, fue Galeno de Pérgamo (129-199), el gran médico filósofo griego, que comentó sobre el cristianismo en los mismos términos que sobre las demás escuelas filosóficas de entonces, movido a ello no por las capacidades retóricas o intelectuales de los cristianos al exponer sus creencias, sino porque el cristianismo lograba que sus adeptos vivieran una vida virtuosa. Para la difusión del cristianismo, por lo menos en los estratos educados de la sociedad pagana, el que Galeno lo conceptuara una "escuela" filosófica, debe haber significado mucho, pues le dió respetabilidad. Poco a poco, los mismos cristianos, gracias a la aceptación que les daba el ser considerados como "escuela", perderán su aversión por la filosofía, y hasta se aventurarán a presentar su religión como tal: a mediados del siglo II, por ejemplo, Melito, obispo de Sardis en Asia Menor, habla del cristianismo como "nuestra filosofía" y Justino mártir relatará su conversión al cristianismo como una conversión a la filosofía.

      La concepción judeo-cristiana de Dios es inaceptable para Galeno, así como para los paganos cultos de su tiempo, pues el Dios de Israel es un dios antojadizo, que hizo las cosas como las hizo, pero podría haberlas hecho de cualquier otra manera. Esto no correspondía con el dios de los filósofos paganos del neoplatonismo[1], para quienes lo que existe, existe por ser lo único que podría existir: Dios está sujeto a las leyes que él mismo ha creado, porque son las únicas racionales. La concepción imperante, respecto de la creación, entre los paganos era la que Platón expone en Timeo: la materia primigenia existe y Dios a partir de ella crea el mundo. Esto era también lo aceptado por los filósofos judíos (Filon en particular) y también, aparentemente, por los pocos cristianos que se cuestionaron al respecto (fue, por ejemplo, la opinión de Justino mártir).

      Los cristianos, poco después de la época de Galeno, adoptarán definitivamente la creatio ex nihilo es decir, la creación a partir de la nada, donde no existiría una materia informe coeterna con Dios, sino que él sería el único eterno, y además trascendente del universo. Esta concepción, repito, era inaceptable para la filosofía griega y para la neoplatónica, por cuanto para ellos "nada puede provenir de lo que no exista" (Aristóteles) y "la fuente de lo que llega a ser no es lo que no existe, sino... lo que no existe en condición buena y suficiente" (Plutarco).

      La situación comenzaba a cambiar, y los cristianos empezaban a plantearse temas filosóficos, con lo cual la iglesia comenzará a ser afín con el pensamiento imperante, aceptando analizar cuestiones que antes ni siquiera se planteaba, y al hacerlo alcanzó una posición propia. En el caso concreto de la trascendencia de Dios y la creación del universo de la nada, ya a mediados del siglo II aceptaba la doctrina del teólogo gnóstico (Basilides), recogida por el obispo de Antioquía, Teófilo, según la cual el poder de Dios se revela en que puede crear lo que desee, de la nada (ex ouk onton): uno de los primeros símbolos de la fe ya incluía una referencia a Dios como omnipotente, en una obra impreganda de gnosticismo escrita entre el 150 y el 180 (Testamentum in Galilea D.N.I. Christi, Denzinger, 1, p. 3); el Concilio de Toledo (400 y 447) estableció expresamente el principio de la creación a partir de la nada (Denzinger, 19 y 21, pp .10 y 11).

      El siguiente perfil de la cristiandad primitiva, por el pincel de un pagano culto, nos lo brinda el filósofo griego Celso, que alrededor del 170 escribe un libro dedicado enteramente al cristianismo, del cual es conocedor profundo; este libro, denominado La Verdadera Doctrina, ha sido reconstruido, casi enteramente, gracias a los textos que reprodujo Orígenes, para refutarlos, en su Contra Celsum. Lo conocemos, pues, en detalle y nos permite saber lo que un pagano culto pensaba del cristianismo en la segunda mitad del siglo II. Celso fue un formidable polemista, contestatario de la fe cristiana. Como repitió algunos de los argumentos de Plinio, es de creer que entre las clases educadas era común considerar al cristianismo como una superstitio y que sólo una minoría la consideraba, como lo había hecho Galeno, una escuela filosófica; todos parecían contestes en estimar exagerada la credulidad cristiana, y necedad la pretensión cristiana de que la fe fuera suficiente, rehusando los argumentos racionales.

      Celso presentó a Jesús como un mago, (la magia era un crimen en el Imperio), acusando a los textos sagrados cristianos de contener fórmulas mágicas y al apostolado cristiano de basarse en magia, convencer mediante milagros en lugar de mediante razones. No discutía los poderes taumatúrgicos que los cristianos atribuían a Jesús, sino que se planteó de dónde provenían. Por otra parte, Celso, como buen conocedor de la religión cristiana, acusó al cristianismo de ser una apostasía judaica, que había perdido su validez al separarse de su origen, la ley judía, y se preguntaba: ¿cuándo repudió su Ley el Señor de Israel, cambiando de opinión y estableciendo un nuevo testamento?; ¿podía Dios ser mudable como para cambiar de opinión respecto de su ley?, ¿qué clase de Dios es ése de los cristianos? Criticó la doctrina de la Encarnación, considerando imposible que Dios, inmutable y espíritu como es, pudiera mudar y convertirse en hombre, lo que le llevó a concluir que los cristianos hablaban de Dios como charlatanes, impíamente y con impureza, de manera que sólo los ignorantes en cuestiones teológicas y filosóficas podrían seguir esas doctrinas. Igualmente reprochaba a los cristianos su creencia en la resurreción.

      Los cristianos, además, dijo, repetiendo el argumento de otros paganos al respecto, creen a su Dios omnipotente, ignorando que Dios no puede estar sobre y más allá de la naturaleza, sino que está, por haberla creado él mismo, sujeto al orden natural.

      La creencia en un Cristo divinizado, según Celso, degradaba el concepto de Dios, pues Cristo era casi igual a Dios, con lo que no tenían reverencia de la divinidad, sino sólo exaltación al fundador de su religión, aunque para ello mancillaran a Dios; este argumento fue muy eficaz, tanto que los cristianos, Orígenes nos lo muestra en su Contra Celsus, deben responder que ellos no creen que el Hijo sea más poderoso que el Padre, sino inferior a él. Que la veneración a Jesús fuera impía, en tanto que piadosa la que se hace a los dioses paganos, resultaba de que el pagano no creía que sus dioses fueran comparables al Dios Supremo, y por lo tanto, al venerarlos, no le hacían ofensa, sino que lo glorificaban (algo semejante a nuestra doctrina del culto a los santos); pero la devoción cristiana a Jesús, según los paganos, comprometía el monoteísmo: se adelantó Celso con estas conclusiones casi ciento cincuenta años al desarrollo de la teología cristiana, que en el Concilio de Nicea (325) declararía que Cristo es de la misma sustancia (homoousicos) que Dios. Celso pretendía que la vida de Jesús era una patraña, y todavía en el siglo V los pensadores cristianos enfrentaban estas cuestiones, a las que tantos afanes dedicó Agustín (en su Armonía de los Evangelios), argumentación que continúa hasta nuestros días.

      Finalmente, Celso atacó a los cristianos por su rebeldía contra el orden social, por negarse a participar en la vida pública y civil de las ciudades del Imperio, creando así un movimiento con sus propias leyes y normas de conducta, un Estado dentro del Estado, como diríamos hoy en día que, negándose a colaborar con el orden establecido, lo subvertía; igualmente en lo religioso, pues la religión cristiana era un punto de vista de su fundador y seguidores, no una tradición social, era sectaria y como tal privatizaba la religión, la hacía una cuestión personal e individual, en lugar de costumbre sancionada por una larga tradición, que garantizaba su conveniencia, como profesaban los paganos.

      El último polemista pagano de este período es Porfirio (232 ó 233 a 304), ilustre filósofo, nacido en Tiro, editor de Las Eneadas de Plotino, del que fue discípulo. Sus ataques deben de haber sido duros, porque contra ellos hay muchas refutaciones cristianas; desgraciadamente su obra Contra los Cristianos fue varias veces condenada a la hoguera y no ha llegado hasta nosotros, ni ha sido posible reconstruirla, como en el caso de Celso, por las citas que de ella hicieran sus opositores. Probablemente sus argumentos fueron los mismos de Celso, con un énfasis mayor en el argumento del abandono del culto de Dios, por el de Cristo, si su Filosofía de los Oráculos, un libro de religión comparativa, fuera representativo de su Contra los Cristianos.

      Resumiendo, para los paganos el cristianismo no era una religión, sino una secta, pues no tenía tradición que la validara; fideísta, pues no era racional; atea, pues adoraba a un hombre divinizado en lugar de al Dios motor inmóvil del universo; su concepto de la divinidad era el de un Dios caprichoso, omnipotente, es decir irracional y sin sujeción a ninguna regla, capaz de mudar y llegar hasta a encarnarse, sin que se percataran de que con ello envilecían a Dios; además los cristianos eran sediciosos y alienados de la vida civil, pretendiendo cumplir sus obligaciones ciudadanas a su manera y no conforme a las costumbres establecidas. Por todo esto eran "enemigos de la humanidad " y no merecían gozar libertad de culto, sino que, dado el caso, debían ser castigados.

      A pesar de todo, el cristianismo, poco a poco, gracias a la vida piadosa de sus seguidores y a su permanencia secular como religión, fue respetable: en lugar de ser considerado creencia de esclavos y libertos, de impíos, ateos, crédulos, charlatanes e ignorantes, comienza a ser tomado en serio y a analizarse como una escuela filosófica, como un punto de vista racional, lo que, en el desarrollo posterior de la religión cristiana, le permitiría convertir a la élite educada del Imperio, para llegar a ser la religión oficial, desplazando al paganismo.

Sinopsis de las vicisitudes de la cristiandad (-63 a 260) [<>] [\/] [/\]

Año Acontecimientos
-63 Pompeyo conquista Jerusalén. Nace Augusto
-40 Virgilio escribe la "Cuarta Egloga"
-37 Herodes captura Jerusalén
-20 Herodes comienza la construcción del segundo templo
-6 Nace Jesús el Cristo
-4 Muerte de Herodes
-4 a 39 Herodes Antipas tetrarca de Galilea
6 Judea se convierte en una provincia romana
19 Los judíos son expulsados de Roma
26 Ministerio de Juan Bautista
27-30 Ministerio de Jesús
30 Crucifixión de Jesús
35 Martirio de Esteban. Conversión de Pablo
38 Revueltas contra los judíos en Alejandría
40-45 Simón el Mago en Samaria
42 Martirio de Santiago
46-48 Pablo y Bernabé misioneros entre los gentiles
48 Concilio de Jerusalén
49-58 Actividad misionera de Pablo
49 Los judíos son expulsados de Roma
50-62 Epístolas de Pablo a las iglesias
53-56 Pablo en Éfeso
60-62 Pablo en Roma
63 Pedro en Roma
64 Persecución de Nerón
65-70 Epístolas pastorales
70 Caída de Jerusalén
75 "Guerra Judía" de Josefo
75-80 Forma final de los evangelios sinópticos
80-90 Epístola a los Hebreos
81-96 Culto al emperador bajo Domiciano
85-95 Epístolas Católicas
90 Evangelio de Juan. Epístolas de Juan
93 "Antigüedades Judías" de Josefo
95 Persecución de Donaciano. Apocalipsis de Juan
100-120 II Epístola de Pedro
100 Carta I de Clemente. Didaché. Evangelio de Tomás
107 Cartas de Ignacio
108 Epístola de Policarpo a los Filipenses
112-113 Correspondencia de Plinio con Trajano
115 Anales de Tácito
120 El Pastor de Hermas
125 Quadrato, primer apologista cristiano
130 Barnabás. Conversión de Justino mártir
130-180 Escuela gnóstica alejandrina
140-160 Marción fluorit
143 "Contradicciones..." de Marción
144 Marción es expulsado de la comunidad romana
154-155 Fecha de la Natividad (coincidente con el natalicio de Mitra)
171-180 "Meditaciones" de Marco Aurelio
177-180 "Suplicaciones por los Cristianos" de Atenágoras
178 "La verdadera razón" de Celso. Ireneo obispo de Lyon
180 Escuela catequística de Alejandría
180-200 floruit Clemente de Alejandría
185 "Contra las Herejías" de Ireneo
189 Primer papa de lengua latina (Víctor)
190 "Stromata" de Clemente de Alejandría
190-220 floruit Tertuliano
195 Tertuliano se convierte al Cristianismo
197 "Apología" de Tertuliano. Persecuciones esporádicas en Cartago
200-220 Tertuliano escribre contra paganos, gnósticos y marcionitas
202 Persecuciones en Africa del Norte. Clemente abandona Alejandría
203 Orígenes al frente de la Escuela Catequética de Alejandría
207-220 Escritos montanistas de Tertuliano
207 Tertuliano se declara montanista, escribe "Contra Marción"
215-219 Orígenes abandona Alejandría
216 Nace Mani en las vecindades de Basra
220 Concilio de Cartago (rebaptismo)
225-230 Escritos de Orígenes, deja Alejandría por Cesárea
233-244 Plotino se establece en Alejandría
235 Persecución contra los jefes cristianos
236 Persecución en Capadocia
240 Mani predica en Persia
247 Milenio de la fundación de Roma
248 Pogrom anticristiano en Alejandría
250-251 Cipriano huye de Cartago
250 Persecución: obligación de sacrificar a los dioses (libelli)
251 El concilio reinstala a Cipriano: el problema de los lapsos
251 "Sobre la Unidad de la Iglesia Católica" de Cipriano. Cisma de Novaciano
254 Muerte de Orígenes
255-257 Controversia sobre el rebautismo
257-260 Persecución de Valeriano


Notas de pie de página [<>] [\/] [/\]

[*] El presente artículo es el primero sobre el tema de la historia de la cristiandad que publica Acta Académica, los otros han aparecido en lo números siguientes:
  1. La Iglesia Primitiva (De la libertad cristiana al obispado monárquico - De Pablo a Orígenes y Cipriano [50 al 250]). Acta Académica, Octubre 1989 - Mayo 1990, pp.19 a 29.
  2. Del Edicto de Milán al Cisma de Occidente, Parte I: La Iglesia Triunfante (Del Edicto de Milán a Gregorio Magno). Acta Académica, Mayo de 1991, pp.15 a 28.
  3. Del Edicto de Milán al Cisma de Occidente, Parte II: La Teocracia (De San Agustín a Carlomagno y San Anselmo de Cantorbery). Acta Académica, Octubre de 1991, pp.11 a 22.
  4. La edad del totalitarismo religioso (De Gregorio VII a Erasmo de Rotterdam). Acta Académica, Noviembre de 1993, pp.15 a 34.
  5. La Reforma De Lutero (1517) a la Paz de Augsburgo (1555). Acta Académica, Mayo de 1994, pp.20 a 39.
  6. La Contrarreforma Del Concilio de Trento (1563) a la Paz de Westfalia (1648). Acta Académica, Noviembre de 1994, pp.9 a 24.
  7. Difusión Universal del Cristianismo, Parte I: De Jansenio (1650) a Pío VII (1823) - De la Paz de Westfalia (1648) al Congreso de Viena (1815). Acta Académica, Noviembre de 1995, pp.7 a 26.
  8. Difusión Universal del Cristianismo, Parte II: De religión redentora a cosmovisión triunfalista. Del Congreso de Viena (1815) al I Concilio Vaticano (1870). Acta Académica, Mayo de 1998, pp.101 a 108.
El autor agradece cualquier comentario que los lectores deseen presentarle, los que pueden ser enviados a:
Alberto Di Mare, Apartado Postal 4249, 1000, San José, Costa Rica,
por correo electrónico a alberto@di-mare.com o al fax (506) 438-0139.



[1] Sincretismo filosófico que aúna la metafísica platónica, la lógica aristotélica y la ética estoica.


Referencias [<>] [\/] [/\]

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Indice [<>] [\/] [/\]

[-] Propósito
[-] Comienzos del Cristianismo
[-] Del 50 al 250
[-] Paganos y cristianos
[-] Sinopsis de las vicisitudes de la cristiandad (-63 a 260)

Notas de pie de página
Referencias
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Acerca del autor
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Acerca del autor [<>] [\/] [/\]

Alberto Di Mare: Cofundador, ex-Canciller, Cuestor, Director Ejecutivo y Catedrático de la Universidad Autónoma de Centro América (UACA), Maestrescuela del Stvdivm Generale Costarricense de esa Universidad, antiguo profesor de la Universidad de Costa Rica. Ministro de Planificación (1966-1968), Director del Banco Central de Costa Rica (1968-1970). Ex-Presidente de la Asociación Nacional de Fomento Económico (ANFE) y de la Academia de Centro América. Miembro de la Sociedad Montpèlerin.

[mailto] Alberto Di Mare <alberto@di-mare.com>


Acerca de este documento [<>] [\/] [/\]

Referencia: Di Mare, Alberto: Una cronología de la cristiandad - LA IGLESIA PRIMITIVA: De la libertad cristiana al obispado monárquico; De Pablo a Orígenes y Cipriano (50 al 250), Revista Acta Académica, Universidad Autónoma de Centro América, Números 5 y 6, pp [19­29], ISSN 1017­7507, Octubre 1989 y Mayo 1990.
Internet: http://www.di-mare.com/alberto/acta/1990may/adimare1.htm
Autor: Alberto Di Mare <alberto@di-mare.com>
Contacto: Apdo 7637-1000, San José Costa Rica
Tel: (506) 234-0701       Fax: (506) 438-0139
Revisión: UACA, Enero 1998
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