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El seguro bancario

Alberto Di Mare
<alberto@di-mare.com>
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      En La Nación (28 de octubre, página 28A), se informa sobre un proyecto en que trabaja el Banco Central, para establecer un seguro sobre los depósitos bancarios.

      Se trataría de una protección general, tanto para bancos nacionales como privados, en lugar del sistema actual, en que se cuenta con un respaldo subsidiario de los propietarios (Estado o accionistas, según que el banco sea nacional o particular); pero mientras el sistema actual es gratuito, el propuesto sería oneroso, y esto hace nacer la duda de si no pasarían los buenos riesgos a pagar por los malos.

      Seguramente que en el Banco Central hay gente especializada que podrá opinar con más propiedad que yo respecto a los asuntos atinentes a este aseguramiento, pero -no obstante- quizás algunas observaciones del lego vengan a cuento y sean útiles.

      Uno de los argumentos que se esgrime (el de la discriminación que sufren los bancos particulares por no contar con el respaldo financiero gubernamental, de que eventualmente gozan los nacionales), me parece que no es de recibo. Si la ventaja de tal respaldo existiera, ya la actividad particular habría encontrado cómo ponerle coto, mediante provisiones variadísimas (de seguro, de garantía, de distribución de riesgos, etcétera, etcétera) que le permitirían ser tan atractiva o más que la banca pública; si no lo hacen, quizás se deba a que no pueda hacerse o a que sea excesivo su costo.

      La garantía del Estado. Respecto de la supuesta garantía del Estado es harto sabido que funcionará sólo en tanto el siniestro sea pequeño (un Banco Anglo Costarricense, o un Banco de Crédito Agrícola), pero ciertamente imposible si quebraran entidades enormes, como el Banco Nacional de Costa Rica o el Banco de Costa Rica. La historia reciente (los despropósitos, ineficiencias y costos exagerados) de la liquidación del Banco Anglo ha hecho esto patente para quienquiera analice ponderadamente las cosas. Probablemente esta mala experiencia sea el motor que empuja a resolver los problemas mediante una institución, suponiendo que si alguien estuviera dedicado a ello, se evitarían los errores en que se incurrió al proceder a troche y moche. Pero nada garantiza que esto pueda ser así. No todo tiene cura: el cáncer existe.

      Una secuela, la más permanente, del fracasado Banco Anglo es que a sus depositantes tuvimos que sacarles las castañas del fuego todos los demás, pues la moneda sufrió la depreciación necesaria para compensarlos, como si hubieran pasado el sombrero pidiendo, a cada tercero, limosna suficiente para librarlos del apuro; el nuevo proyecto consiste en pedir la limosna antes de que el siniestro ocurra y pasar la alcancía sólo a los clientes de los bancos, en lugar de a todos los tenedores de moneda. No es claro tampoco que esto lograra evitar la secuela de depreciación monetaria, consiguiente a la quiebra de un banco importante, a menos que los fondos recaudados se mantuvieran invertidos en el extranjero y se acudiera a ellos sólo en caso de siniestro (cosa que seguramente no se hará porque encarecería el régimen).

      Una triste experiencia. Los seguros son un grave avance, un hallazgo social, pues permiten desembarazarse de las amenazas, con lo que hacen posible mayor audacia y emprendimiento; pero ojalá no tanta que se olviden las comunes lecciones de la prudencia, la parsimonia y la circunspección. Me dirán que esto de sobra es sabido y que la experiencia de este tipo de seguros, en el resto del mundo, es suficiente para que nos deshagamos de estos temores y no pequemos de pusilánimes. No estoy de acuerdo. Estos seguros, doquier, son un desastre, sobre todo porque son manipulados por los interesados en beneficio propio. Algo se recauda, pero los costes son astronómicos. Aquí tenemos una experiencia de la que podríamos cosechar, precisamente el seguro de cosechas. ¡Si en este han esquilmado, en el de quiebras destazarán!

La historia financiera enseña que en toda parte en que se ha disminuido la responsabilidad de los gestores de la banca, o se ha permitido, vía seguros, una gestión para todos fines irresponsable, a la que no se pueden pedir cuentas porque otro paga la factura, se ha debilitado la moneda y la intermediación financiera. Este es el punto fundamental: por modo alguno debe permitirse que los directores bancarios tengan o pretendan, a la Pilatos, lavarse las manos, sino que de ocurrir un siniestro deben cubrirlo hasta el último centavo. Sin que ello sea óbice para que adelante los fondos un asegurador, el cual, empero, por razón de salud pública, deberá subrogarse en los derechos liquidados y estar obligado a reclamar de los directores hasta la última brizna de paja que por su negligencia se haya perdido. Si el proyecto careciera de esto sería un tigre de papel, como lo son -desafortunadamente- las otras instituciones con que dizque vigilamos la actividad financiera.

      La descocada. La finalidad de todo esquema de seguro bancario, no debemos olvidar esto, es principalísimamente garantizar la solvencia del sistema bancario, no la protección de intereses particulares (los pequeños, los medianos, los incapaces, los agricultores, los marginados, o la miriada de propósitos que se le ocurran a los protectores de los "pobrecitos"); fundamentalmente, se trata de evitar las "corridas" contra los bancos, no su quiebra, pues los que no sepan operar -la eficiencia del sistema lo exige- deben ser eliminados, precisamente mediante la quiebra, y sus directores, negligentes o culpables que fueran, arruinados para que no vuelvan a las andadas, y para que esta amenaza los disuada de la manirrotez y el clientelismo.

      Esto es necesario por cuanto en un sistema de moneda fiduciaria, crean dinero tanto la autoridad monetaria como los bancos comerciales. Cuando estos últimos fracasan, amenazan el sistema monetario, premisa de una profundizada división del trabajo y del consiguiente apalancamiento de la productividad y del bienestar, tanto particular como general. Por ello es de interés público resguardar a la banca comercial, a pesar de que casi nunca fracase o lo requiera.

      Pero no olvidemos que el frío no está en las cobijas: la que a menudo no deja títere con cabeza es, ¡Ay de mí!, la autoridad monetaria misma... cuya solvencia y solidez no hay seguro que asegure. Esta descocada perderá su descaro sólo encerrándola, es decir, prescindiendo de ella.

 


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Acerca del autor [<>] [\/] [/\]

Alberto Di Mare: Cofundador, Ex-Canciller, Cuestor, Director Ejecutivo, Benefactor, Doctor Honoris Causa y Catedrático de la Universidad Autónoma de Centro América (UACA); Deán, Ex-Maestrescuela y Tutor de la carrera de Economía en el Stvdivm Generale Costarricense de esa Universidad. Antiguo profesor de la Universidad de Costa Rica, Ministro de Planificación (1966-1968), Director del Banco Central de Costa Rica (1968-1970). Ex-Presidente de la Asociación Nacional de Fomento Económico (ANFE) y de La Academia de Centroamérica. Columnista de La Nación, escritor de innumerables artículos. Miembro de la Sociedad Montpèlerin. Nació en 1931, está casado con Annemarie Hering, 4 hijos, 4 nietos.

 

[mailto] Alberto Di Mare <alberto@di-mare.com>

 


Acerca de este documento [<>] [\/] [/\]

Referencia: Di Mare, Alberto: El seguro bancario, Periódico La Nación, Página 15, viernes 06 de noviembre de 1998.
Internet: http://www.di-mare.com/alberto/p/19981106.htm
http://www.nacion.co.cr/ln_ee/1998/noviembre/06/opinion3.html
Autor: Alberto Di Mare <alberto@di-mare.com>
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