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Revista
Acta Académica


Universidad Autónoma de Centro América 

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Aceptación del
Premio de la Libertad 1995[*]

Alberto Di Mare



Compañeros y Compañeras de la
Asociación Nacional de Fomento Económico,
señoras y señores:

      Profundamente emocionado acepto este premio que generosamente me han otorgado, lo recibo como acto de largueza de amigos que han querido coronar así los años de labor en común; labor cotidiana para hacer avanzar en nuestro tiempo y país el reinado de la más grande y fructífera de las condiciones de la civilización, la libertad. De la que dimanan todos los bienes que el individuo, la familia y la sociedad pueden alcanzar, en civilidad y en justicia.

      Que mi nombre se asocie a los de los anteriores laureados, Manuel Formoso, Fernando Trejos, Fernando Guier, Claudio Solano, Rodolfo Piza y Eduardo Lizano, es una distinción y honor superior a cualquier otro, no solo en lo que a mí respecta, sino para mi familia. Honor que por venir de ciudadanos tan ilustres es más duradero que el bronce y que, por venir de amigos tan queridos, es mi regocijo mayor.

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      Mis antecesores han establecido una tradición sobre el contenido del discurso de aceptación, el que ha de ser, fundamentalmente, una meditación en torno a qué sea la libertad, y de esta bella senda no quiero separarme.

     

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      La libertad invita a un examen inacabable, pues no existe actividad humana que no sea fruto de ella, incluso la del esclavo, que dimana de la libertad del señor. Es, pues, un concepto con tantas facetas como la vida misma, y comprende toda la historia de la humanidad, en la que se ha ido cristalizando.

      La semántica pone de manifiesto dos características fundamentales de esta institución. Es denominada entre las lenguas sajonas como libertad propiamente dicha, como "freedom", el modo de ser propio del hombre que no está sujeto a otro hombre, y en las lenguas latinas como "libertas", manumisión, la situación del liberto, liberado de la sujeción a un señor. Y esas dos son, hasta nuestros días, las perspectivas de la libertad: ser señor de uno mismo y no estar sujeto a ajeno señorío.

      A mi juicio, la semántica latina, la de libertas, la manumisión, es más precisa para el estudio de la libertad en cuanto institución social, al eliminar aquellos problemas que a la libertad, en cuanto instituto social, no le conciernen: la libertad del hombre interior, la rectitud y la gravedad romanas, la libertad paulina o libertad cristiana, la perfección moral, etc., etc. En realidad a la libertad, en la semántica sajona, como señorío de mí mismo, casi nadie llega, solo los santos, en tanto que a la libertad, en la semántica latina, llegamos todos, pues no es necesario ser gentilhombre para ser libre, basta con ser manumitido.

      Libertad, pues, no es rectitud, no se trata de la "libertad de los hijos de Dios", y tan libre es el zafio, el ignorante, el miserable y el santo, como el elegante, el sabio, el opulento y el pecador... siempre y cuando estén manumitidos, y no dependan de voluntad de señor ajeno para actuar.

      Limitar así el concepto de libertad es indispensable, para que ella no se convierta en utopía, en un mero flatus vocis, en solo una palabra, nunca puesta en acto en la historia; para que sea lo que es, una institucionalidad siempre presente, siempre actuante, cada vez más difundida, como ha sido el sino de los pueblos civilizados.

      Tampoco debe concebirse la libertad como una "posibilidad de poder" (Kierkegaard), menos todavía si ese poder se entendiera en su significado teconológico, como capacidad para lograr alguna (o toda) cosa; si partiéramos de tal concepto de libertad, ella tampoco serviría para escudriñar el desarrollo de las posiblidades de acción del espíritu en la historia, y sería solo un mito para condicionar la acción de quienes fueran nuestros seguidores: no ciencia sino doctrina.

      La llamada libertad "real" (el disfrute efectivo de alguna cosa) es algo muy digno de ser logrado, pero nada tiene que ver con la libertad en cuanto señorío de mis actos; todo lo contrario, pues como fácilmente libertad real se confunde con seguridad (de lograr algo), suele ser la raíz de casi todas las instituciones liberticidas padecidas por el hombre, en su largo bregar por lograr la espiritualidad, los pretextos con que siempre lo han enajenado, para garantizarle algún disfrute concreto.

      Si nos interesa la libertad como hazaña de la historia, pronto constataremos una actitud liberticida permanente, fincada sobre todo en el intento de superar las desigualdades sociales entre los supuestamente iguales; por eso toda teoría de la libertad debe partir, si quiere ser realista y no puramente retórica, de la igualdad ontológica de los hombres y de su desigualdad histórica, y de las tensiones y la contraposición de intereses consiguiente, no de supuestas armonías que todo lo resolverían en un "aquí paz, y después gloria".

      ¿Será la desigualdad, incluso la injusticia, contraria a la libertad? Que del orden de la libertad no se siga la fraternidad ni la igualdad, fue opinión general entre los revolucionarios franceses a quienes no les pareció suficiente "Libertad", sino que añadieron "Igualdad y Fraternidad" y esta añadidura claramente pone de manifiesto su creencia de que, con solo la libertad, no se lograría la plenitud del orden de libertad, pues la igualdad y la fraternidad no serían un derivado espontáneo, sino algo por lo que había que romperse la crisma separadamente. Esta ha sido siempre la opinión de los movimientos liberales radicales, a la que se opone la praxis política de los movimientos liberales conservadores, especialmente del liberalismo británico, para quienes de la mera libertad se generará tanta igualdad y fraternidad cuanta sea dable y posible en cada momento histórico; dicho en otra forma: la única política esclarecida es la de "manos afuera". Esto suena paradójico, pero es la opinión correcta, por las razones que seguidamente expongo.

      La máxima según la cual, si no es posible un orden espontáneo, tampoco lo será un orden racional, es el fundamento de la teoría y la praxis liberales, ella es el respaldo del lema más conocido del liberalismo, el de laissez faire!, ¡dejad hacer!, ¡no estorbéis!. Efectivamente, el orden de la libertad se fundamenta en dejar que se resuelvan por ellas mismas la situaciones complejas, aquellas tan enrevesadas para las que resulte imposible crear un "modelo" que represente la realidad, con base en el cual podamos efectivamente actuar; esto quiere decir que actuar por actuar no es válido, que se debe actuar sólo cuando se tiene clara noción de causas y efectos.

      No se trata de un estéril ¡muera la inteligencia!, sino de un prudente, "antes de actuar reflexiona". En cuanto reflexionamos, nos resulta que la realidad social es tan compleja que normalmente, a lo sumo, y si acaso, podremos simular la realidad, para tener una mejor comprensión de ella, una mejor alegoría, una mejor aproximación, la cual nunca será suficiente para resolver ningún problema práctico. Uno de los pioneros de estas simulaciones, que son el alma de la conocida como economía matemática, Vilfredo Pareto, claramente planteó esta característica del orden de la libertad cuando, después, de simular mediante un complejo sistema matemático el orden del mercado, respondió genialmente a la pregunta de "-¿cómo se resuelve el sistema de ecuaciones?": "-¡Eso lo resuelve el mercado!", contestó. Por una de esas comunes ironías de la historia, Pareto es recordado por lo que de inútil tiene su trabajo, por el modelaje y simulación del orden complejísimo e incomputable, y no por su genial determinación del problema, que sería soluble solo si espontáneamente llegaba a un equilibrio.

      Por ello, debemos repetir: si no es posible un orden espontáneo, tampoco lo será un orden racional. El uso de la razón se limita a desentrañar de la historia cuáles sean los órdenes espontáneos y cuál su esencia.

      La libertad, es lo que le da su espontaneidad y permanencia, es un sistema conectivo de colaboración tan difundido, general y espontáneo que permite utilizar, en cada caso concreto, toda la información diseminada en la miriada de componentes del sistema; pretende, pues, resolver cada problema haciendo uso de todos los recursos disponibles. Es por ello una maravilla de inteligencia, más inteligente que cualquier arreglo racional, lógico o reflexivo imaginable.

      Este respaldo inmenso de saberes es lo que ha hecho tan confiados a los liberales, capaces de enfrentarse a toda situación aunque no haya teoría capaz de manejarla, pues tienen fe en que la experiencia acumulada (subconsciente, pues de ella no nos percatamos) es colosal y mucho mayor que toda la ciencia disponible. Somos así capaces de entender lo ininteligible y de resolver lo insoluble, lo no computable. Y si así no fuera, sería porque, para la experiencia de nuestro grupo, se trataría de problema imposible de resolver, sea como sea que lo planteemos.

      Este aprovechar todos los saberes disponibles mediante el sistema conectivo denominado libertad es lo que hace del orden de la libertad un orden de plenitud. Todo otro orden concebible, todos los demás históricamente dados, no son órdenes de plenitud, pues representan el actuar de uno, o de muchos, pero no el de todos, como es lo típico del de la libertad, único en el cual todos colaboramos espontáneamente, siempre que nada nos lo impida, en la obra común. Pero esto quiere decir, de algún modo, que la obra común también ha de ser obra individual, y por ello ya los primeros filósofos de la libertad se percataron de que el egoísmo era un motor indispensable para lograr esta colaboración espontánea, conectiva, capaz de movilizar todo el conocimiento disponible. Porque en el orden de la libertad el egoísmo, aunque suene a paradoja, es necesariamente altruista y el paradigma de esta bienaventurada paradoja fue la institución denominada propiedad privada, piedra angular del orden de libertad, pues garantiza el actuar sin manumisión y la apropiación de las ventajas de las soluciones puestas en acto, con lo que realiza el objetivo final de la libertad, la exitosa adaptación al medio, por cambiante que este sea.

      Concluyo: lo que no es posible en el orden de la libertad no es posible de suyo, no es posible de ningún modo.

      Pero quizás he concluido más de la cuenta y demostrado tanto que mi edificio se derrumbe bajo su propio peso. Por ejemplo, la obra educativa no es una obra de libertad, porque el educando no es libre; tampoco al interno del núcleo familiar existe la libertad, ni dentro de la fábrica. ¿Entonces de qué hablo? Porque estas son las cosas que consumen casi todo el tiempo y el espacio de los hombres, los cuales, entonces, aunque fueran libres más allá de estas "excepciones", disfrutarían solo excepcionalmente de libertad. Esta crítica es no solo inteligente, sino real. La libertad del educando, del obrero, del empleado, de los miembros del núcleo familiar son libertades disminuidas, a menudo inexistentes mientras uno se encuentra en la situación correspondiente, pero no implican necesariamente ausencia de libertad, si quien ejerce el señorío, lo ejerce libremente, quiero decir que ellas no implica una crítica a la libertad, sino un acicate para difundirla, profundizarla y ampliarla. Se trata, inevitablemente, de libertad de pocos en lugar de libertad de todos, pero no de ausencia de libertad; disminuirla en nada beneficiaria, todo lo contrario, perjudicaría; ampliarla mediante sucesivas emancipaciones posibles, convirtiéndonos en audaces paladines revolucionarios de la libertad, a todos aprovecharía.

      Finalmente, un llamado a la humildad. Muchos desprecian el orden de la libertad porque están imbuidos de su propia grandeza, o la de la ciencia y convencidos de que solo los mejores -únicos que saben hacerlo- deben gobernar, pensar por los demás, y determinar el destino de los minusválidos que serían la mayor parte de la humanidad. ¡Qué equivocados están! Ignoran lo poco que debemos a los sabios, incluso en el ámbito de la sabiduría, y lo mucho que debemos a los ignorantes.

      El nacimiento del espíritu humano no ha sido, duélale lo que le duela a Platón, elaboración de académicos y aristócratas, sino de gentes como su mismo maestro, aquel "linyera" de la stoa ateniense; y más aún, y sobre todo, de un carpintero nazareno y de unos ignorantes pescadores galileos.

      Es la tradición libérrima de estos antecesores, la que compromete tan a fondo, al recibir este premio, a luchar por el acrecentamiento de lo que él significa y representa, compromiso que gustoso acepto.

      Sé que es una ardua y casi imposible hazaña, pero confío en que cada uno de nosotros sabrá llevarla a cabo, gracias, en no pequeña medida, a la comunidad espiritual creada por la ASOCIACION NACIONAL DE FOMENTO ECONOMICO, por nuestra querida ANFE, donde nuestro espíritu es estimulado, nuestras heridas sanadas y nuestra debilidad fortalecida.

      ¡Muchas gracias!


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[*] Discurso de aceptación del Premio de la Libertad de la ANFE, 29 de noviembre de 1995.


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Alberto Di Mare: Cofundador, Ex-Canciller, Cuestor, Director Ejecutivo, Benefactor, Doctor Honoris Causa y Catedrático de la Universidad Autónoma de Centro América (UACA); Deán, Ex-Maestrescuela y Tutor de la carrera de Economía en el Stvdivm Generale Costarricense de esa Universidad. Antiguo profesor de la Universidad de Costa Rica, Ministro de Planificación (1966-1968), Director del Banco Central de Costa Rica (1968-1970). Ex-Presidente de la Asociación Nacional de Fomento Económico (ANFE) y de La Academia de Centroamérica. Columnista de La Nación, escritor de innumerables artículos. Miembro de la Sociedad Montpèlerin. Nació en 1931, está casado con Annemarie Hering, 4 hijos, 4 nietos.

[mailto] Alberto Di Mare <alberto@di-mare.com>


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Referencia: Di Mare, Alberto: Aceptación del Premio de la Libertad 1995, Revista Acta Académica, Universidad Autónoma de Centro América, Número 18, pp [196­198], ISSN 1017­7507, Mayo 1996.
Internet: http://www.di-mare.com/alberto/p/1996ac-a.htm
http://www.uaca.ac.cr/acta/1996may/adimare.htm
Autor: Alberto Di Mare <alberto@di-mare.com>
Contacto: Apdo 7637-1000, San José Costa Rica
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Revisión: UACA, Enero 1998
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