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Acta Académica


Universidad Autónoma de Centro América 

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El Homo oeconomicus ¿metáfora o paradigma?[*]

Alberto Di Mare



...The cornerstone of economics is the idea of the man of perfect reason, who knows the things that he prefers, and is able to place them in order from most desired to least desired. Rational economic man is aware of all the alternatives open to him, and never fails to choose the ones that give him most satisfaction, no matter how many there may be, because he has unlimited powers of computation. He is able to cope with the real world in all its complexity, not shrinking from the most fearsome probability calculations, and doing those things for which the benefits exceed the costs. This paragon of reason keeps a cool head even in the bedroom, where, according to University of Chicago economist Gary Becker, he would read in bed only if the value of reading exceeded the value to him of the loss of sleep suffered by his wife[1].

Jeremy Campbell, THE IMPROBABLE MACHINE, cap. 6, pp. 97-8, Simon & Schuster, New York, N.Y., 1989, ISBN 0-671-65711-9.

      Suele criticarse a la economía por la falta de realismo de sus aseveraciones, que valdrían sólo para un supuesto "Homo oeconomicus" metafórico, con las características que resume Campbell en la cita con que comienza este artículo. Esto es un mal entendido notable, pues todos los economistas sabemos que esa hipótesis, esa alegoría, no es necesaria para la construcción de la ciencia; pero tantas veces nos la han, o nos la hemos, endilgado que incluso economistas de primera línea, como Herbert Simon, cuando desean poner de manifiesto su irrelevancia, caen en el mismo error sustituyéndolo con otra analogía, menos exagerada, pero igualmente irrelevante, el "hombre administrativo", quien, según Campbell, se comportaría así:

El hombre económico racional, "absurdamente omnisciente", ha sido vigorosamente desacreditado por Herbert Simon en una serie de escritos polémicos y reemplazado por una figura más plausible y natural conocida como el "hombre administrativo", quien es racional, pero sólo hasta un cierto punto y dentro de ciertos límites. El hombre administrativo... simplemente ignora la mayor parte de las complejidades en que se regocija el hombre económico... Como cree que casi todos los hechos del mundo tienen poco que ver con lo que él está llevando a cabo en cada momento, jocundamente ignora toda, excepto una pequeña parte, de la realidad. Simon considera al hombre administrativo un primo del hombre económico racional, pero debe ser un primo muy lejano. Contrariamente a lo que hace su escrupuloso pariente, que considera todas las alternativas cada vez que debe elegir, él ni tan siquiera se percata de que existen, las deja de lado y efectúa sus decisiones principalmente mediante muy sencillas reglas empíricas.[2]

      La racionalidad de la toma de decisiones económicas no viene ni de la racionalidad del "Homo oeconomicus", ni del empirismo del "hombre administrativo", sino de la operación misma del mercado: quien es racional es el mercado, no los operadores.

      Esta característica del sistema de mercado no debe ni puede olvidarse, pues es él el que organiza la vida económica y le da sus características propias. Poner esto de manifiesto en la teoría del comportamiento del consumidor es difícil, pues el paradigma en que dicha teoría se apoya es el de Robinsón Crusoé, el de la inteligibilidad de la acción, por lo que no podría entenderse la actuación del operador sino alegóricamente, por la metáfora de su racionalidad.

      Repito, se trata de una alegoría, como, por ejemplo, cuando explicamos cómo monta bicicleta un niño, mediante un complejísimo sistema de ecuaciones y todo el utillaje de la mecánica dinámica... cosas que ignora el niño, como las ignora el "hombre administrativo", pero que, aunque no formen parte de la toma de decisiones, ni del montar en bicicleta, son indispensables, si hemos de lograr un esquema comunicable apodícticamente que explique el fenómeno, o que prediga si se mantendrá o no el equilibrio: toda explicación racional ha de pasar por ese pons asinorum, de presumir un agente, o un mundo, o una naturaleza, que se conforma a reglas: de otra forma no sería posible la predicción, ni la explicación.

      En lo que sigue, podemos prescindir de una racionalidad tan elevada como la propia de la teoría del comportamiento del consumidor, mostrando, mediante la introducción de un algoritmo, de un operador institucional (el mercado), cómo se logra la racionalidad objetiva, sin necesidad ni de plantear el problema que se resuelve: ya esto lo había estipulado Vilfredo Pareto, quien luego de establecer el sistema de ecuaciones que determinarían el equilibrio del mercado respondió, a quienes le preguntaron cómo resolverlo: "lo hará el mercado"; desafortunadamente para la ciencia, Pareto fue grandemente admirado por su sistema de ecuaciones, que no es cosa de gran valor, sin percatarnos de que su genialidad mayor estaba en ese algoritmo, el mercado, con que resolvía el intrincado problema. Pondré dos ejemplos para aclarar.

      El primero se refiere a la empresa que programa sus costes. En el esquema teórico se supone que la combinación de factores que elige la empresa es óptima, de manera que su coste sea mínimo, y que no pueda producirse con esa combinación ninguna otra cosa de mayor utilídad social, luego calcula el coste monetario correspondiente: tarea evidentemente imposible de llevar a cabo, y que sin embargo se cumple. ¿Cómo? Por el mercado. En realidad, aunque no suele dejarse constancia de ello en la metáfora con que se construye la alegoría, cada empresario se limita a comprobar cuál sea el costo del producto, en la combinación de factores que pretende emplear, y luego compara con lo que impera en el mercado: si su proyecto es competitivo, produce; y no produce si no lo es. Incluso podría producir sin ningún cálculo y el mercado le permitiría sobrevivir sólo si fuera competitivo, con lo que –a través de la competencia– el mercado haría imperar la racionalidad de la compatibilidad de los costes, sin plan alguno, sin racionalidad ninguna del operador: pues la racionalidad consecuente es un producto de la organización misma del mercado. Cómo planteemos esta situación, para efecto de explicarla, puede ser mediante una caricatura o mediante una alegoría, menos rudimentaria que el esbozo caricaturesco, pero ello no haría cambiar las cosas objetivas, la ocurrencia de los fenómenos, sino sólo su didáctica, su explicación.

      Lo mismo sucede con los pulperos, mi segundo ejemplo, que en el sistema de mercado logran que sus clientes operen con inventarios mínimos, precisamente los que los pulperos mantienen. Para explicar cómo calcular un inventario mínimo, nos enfrentamos a un problema estadístico-matemático-económico complejísimo, que sólo sería inteligible para especialistas, el cual, planteado que fuera, podría ser resuelto "sólo por el mercado", pues es el mercado el que imprime racionalidad a la solución, el que hace que sea la que es y no otra cualquiera. El pulpero lo logra porque cuando lo alcanza, por tanteo, habrá maximizado su posibilidad de supervivencia (tendrá beneficios) y no será eliminado por los competidores, quienes lo harían si hubieran hallado (por tanteo) "mejores fórmulas": por eso la de los supervivientes será una fórmula mejor, porque compite, porque no es desplazada por otras mejor adaptadas a la realidad.

      Es siempre a través de este mecanismo, el imperio de las alternativas mejores, que se logra optimizar la solución de los fenómenos económicos: si, para sistematizarla, los académicos han elegido una didáctica antropomórfica, no debemos concederle a este punto, que es uno de estilo, más importancia que la puramente didáctica, metafórica o alegórica.

      La maravilla del mercado continuará siendo su poder de racionalizar actos llevados a cabo con base en información limitadísima e incompleta:

El hecho más significativo de este sistema es la economía de conocimiento con la que opera, o lo poco que los individuos participantes necesitan saber para ser capaces de tomar la acción apropiada.3[3]

      Como se ve, gracias al mercado, se pueden resolver los problemas milagrosamente, con casi nada de información, y resulta superfluo el paradigma de aquel "Homo oeconomicus" que

se percata de todas las alternativas y jamás falla en elegir las que le dan mayor satisfacción, pues posee ilimitados poderes de computación.[4]

      No deseo ser mal entendido, lo anterior no implica menosprecio de la racionalidad, sino ponerla en su justa perspectiva, en lo que a la acción económica se refiere, donde la información de que se dispone es tan escasa y tan variada la realidad. No cabe duda de que la inteligencia es el arma suprema de la estirpe, y que gracias a ella hemos logrado la maravilla de nuestra adaptación al medio, pero, como amonesta Hamlet "hay más en el Cielo y en la Tierra de lo que presumes en tu filosofía": ciertamente el ámbito de las ciencias sociales, específicamente el de la economía, es mucho más complejo que el de las matemáticas, la física o las tecnologías; la sola inteligencia es aquí insuficiente, y son otros los instrumentos por los que nuestra "razón" resuelve estos problemas. Por eso precisamente es tan útil el estudio de la economía, porque siendo meta-racional, nos enseña que las instituciones exitosas son las que nos permiten sobrevivir, no la lógica cartesiana ni la habilidad ingenieril.


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[*] Este ensayo forma parte de uno de mayor alcance sobre el comportamiento de la empresa.
[1] La piedra angular de la economía es el concepto de un hombre perfectamente racional, que sabe las cosas que prefiere y es capaz de ordenarlas de las más a las menos deseadas. El hombre económico racional se percata de todas las alternativas y jamás falla en elegir las que le dan mayor satisfacción, pues posee ilimitados poderes de computación. Es capaz de vérselas con el mundo real en toda su complejidad, sin acobardarse ante los más temibles cálculos probabilísticos, llevando a cabo siempre aquello en que los beneficios superen los costes. Este dechado de la racionalidad mantiene su fría capacidad de cálculo hasta en la alcoba, donde, según Gary Becker, economista de la Universidad de Chicago, leerá en el lecho sólo si el valor de leer fuera superior, para él, a la pérdida de sueño que sufriría su esposa.
[2] Rational economic man, "preposterously omniscient," has been subjected to vigorous debunking by Herbert Simon in a series of polemical writings, and replaced by a more plausible and lifelike figure known as "administrative man", who is rational, but only up to a point and within certain limits. Administrative man... simply ignores most of the complexity that rational man rejoices in... Since he believes that nearly all the facts in the world have little to do with what he is doing at any given time, he cheerfully ignores all but a tiny part of reality. Simon calls administrative man a cousin of rational economic man, but he must be a very distant cousin. Unlike his scrupulous relative, who considers all alternatives when making a choice, he is not even aware that most alternatives exist. He brushes them aside. He makes decisions mainly by fairly simple rules of thumb. (Jeremy Campbell, ibidem).
[3] The most significant fact about this system is the economy of knowledge with which it operates, or how little the individual participants need to know in order to be able to take the right action. (F.A. Hayek. "The Use of Knowledge in Society", p. 14, Institute for Humane Studies, Inc., 1177 University Drive, Menlo Park, CA 94025; edición revisada y abreviada (1977) del artículo original publicado en The American Economic Review, vol. 35, No. 4, Setiembre de 1945).
[4] Aware of all the alternatives open to him, and never fails to choose the ones that give him most satisfaction, no matter how many there may be, because he has unlimited powers of computation. (Campbell, op. cit.).


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Alberto Di Mare: Cofundador, Ex-Canciller, Cuestor, Director Ejecutivo, Benefactor, Doctor Honoris Causa y Catedrático de la Universidad Autónoma de Centro América (UACA); Deán, Ex-Maestrescuela y Tutor de la carrera de Economía en el Stvdivm Generale Costarricense de esa Universidad. Antiguo profesor de la Universidad de Costa Rica, Ministro de Planificación (1966-1968), Director del Banco Central de Costa Rica (1968-1970). Ex-Presidente de la Asociación Nacional de Fomento Económico (ANFE) y de la Academia de Centroamérica. Columnista de La Nación, escritor de innumerables artículos. Miembro de la Sociedad Montpèlerin. Nació en 1931, casado con Annemarie Hering, 4 hijos, 3 nietos.

[mailto] Alberto Di Mare <alberto@di-mare.com>


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Referencia: Di Mare, Alberto: El Homo oeconomicus ¿metáfora o paradigma?, Revista Acta Académica, Universidad Autónoma de Centro América, Número 11, pp [77­79], ISSN 1017­7507, Octubre 1992.
Internet: http://www.di-mare.com/alberto/acta/1992oct/adimare3.htm
Autor: Alberto Di Mare <alberto@di-mare.com>
Contacto: Apdo 7637-1000, San José Costa Rica
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Revisión: UACA, Enero 1998
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